Opinión

Una mala semana para Iglesias

Uno diría que todo cuanto huela a aproximación del PSOE a Ciudadanos (y no digamos ya si a lo que suena es a posibilidad de acuerdos con el Partido Popular) cae como una bomba en los cuarteles de Unidas Podemos. El clamor esperanzado de la mayor parte de la nación ante un acercamiento entre las partes transversales, que se abocan a una especie de ‘pequeño pacto de La Moncloa’, pero con sordina y en versión parlamentaria, deviene en estrépito alarmado cuando quienes lo interpretan están en el sanedrín de Pablo Iglesias. Por eso, yo diría que hay muchos motivos para pensar que la semana que concluye no ha sido nada buena para el secretario general de Podemos ni para su entorno, en el que figura en primer lugar su compañera y aspirante a sucesora (algún día) Irene Montero.

Tiendo a pensar que no exageraba Pedro Sánchez cuando decía que le produciría insomnio tener a Pablo Iglesias y sus muchachos/as en el Gobierno. A mí me parece que el presidente del Gobierno y aspirante a seguir siéndolo va entendiendo que esa famosa reconstrucción del país, que de manera tan tímida se ha puesto en marcha, pasa por acuerdos transversales, no por hacer la revolución del ‘impuesto a los ricos’ ni por la crispación parlamentaria. Y menos desde el desgaste de la historia a base de exigir comisiones de investigación dirigidas contra Juan Carlos I y Felipe González, en ambos casos por motivos distintos y distantes, pero con un mismo objetivo: una cooperación que se hace más que evidente entre UP y Esquerra Republicana de Catalunya para dinamitar cuanto aún suene a ‘espíritu del 78’ e instalar unas nuevas bases políticas en España, incluyendo, si posible fuera, la forma del Estado.

Todo ello se gesta de manera bastante oscura -más por parte de UP que de Esquerra, que no esconde ni lo que es ni lo que quiere-, entre otras cosas porque el líder de Podemos es, a la vez, el campeón de la oscuridad, tanto frente a los suyos y los medios como frente a su propio socio de gobierno, al que le ha arrancado entrar ‘de tapadillo’ en la comisión que controla los servicios secretos, en un cierto control no reglado de los medios públicos de comunicación y en las áreas más ‘sociales’ de la acción del Gobierno, que son las más populares y benéficas.

Sánchez tendrá que actuar, le guste o no, como valladar contra tales aspiraciones, y a ello le tendrán que ayudar, claro está que con condiciones, Ciudadanos y el PP, si saben lo que les y nos conviene. Yo diría que las tensiones subterráneas entre las ‘dos almas’ del Ejecutivo han sido bastante perceptibles en la semana que concluye. Y a esas tensiones no son ajenas las revelaciones que el ‘caso Dina Boulselham’, una muy oscura trama de espionaje, sexo y posible corrupción policial y fiscal, se van produciendo, gota a gota y día a día, convirtiendo a Iglesias y parte de su entorno en el villano de una novela de Le Carré. La Moncloa no quiere saber nada de ese pringoso ‘affaire’, que sin duda no derivará en consecuencias penales para Iglesias, pero que ya ha alcanzado a la batalla parlamentaria y mediática: la oposición ha encontrado carne en la que morder, y esa carne es la de la figura (dicen las encuestas) más impopular del Gobierno, su vicepresidente.

La semana, pues, ha sido tan buena para Sánchez, que está logrando cuadrar el círculo de los pactos, incluyendo la prolongación de los Ertes, un acuerdo social en la que ha tenido indudable protagonismo la ministra de Trabajo, a la que hay quienes califican de ‘ex podemita’, como mala para Pablo Iglesias. Pretendió abarcar mucho, incluyendo la gestión de las residencias de mayores, que le explotan en el rostro, y poco a poco se va quedando en nada. Y las semanas próximas pueden ser aún peores, ignoro si para alegría de Sánchez, que, sin embargo, sigue insistiendo en su buena sintonía personal con su socio político. A ver cuánto dura eso.

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