Golfos

Que José Luis Ábalos haya mantenido, hasta el momento, su acta de diputado es, simple, lisa y llanamente, una golfada. Una más de esas a las que el ciudadano se va acostumbrando y considera ya como algo normal. El hecho de que un señor que claramente ha defraudado al contribuyente, que ha usado fondos públicos para sus correrías amorosas -vamos a llamarlo así, piadosamente-, que presuntamente, o no tanto, ha manejado comisiones, funcionarios y voluntades desde su puesto público, que ha sido expulsado de su partido y del Gobierno, siga sentado en un escaño en el que no hace sino cobrar un sueldo público, ¡lo hemos convertido en normal!.

"El pobre no tenía ya otro ingreso para vivir", llegué a escuchar, en una radio, a un colega. Quien ha envilecido hasta el extremo el oficio de representarnos ha seguido manteniendo, en ese Parlamento en el que todo es posible, emolumentos, representatividad y privilegios como el aforamiento. Una situación que, pese a todos los fraudes de ley intentados para eludir la prisión y la definitiva exclusión, no podría continuar.

Las golfadas son ya cosa cotidiana, y quizá por eso no sorprende tanto ese aferrarse a un escaño que hace tiempo debería haberse perdido, junto con la pertenencia al grupo parlamentario por el que saliste elegido como padre de esa patria de la que tanto te has aprovechado. Y es que 'golfada' es una palabra que, más allá de la legalidad o ilegalidad formal de las conductas, se ha ido imponiendo en nuestro léxico. Golfada, y quizá no delito, es aprovecharse de familiaridad en La Moncloa para negocios o manejos privados: golfada es ganar -o no, pero seguir en el poder- unas elecciones basándose en promesas que, al día siguiente de la marcha a las urnas, se incumplen, por ejemplo que se traerá a España a determinado prófugo para encarcelarlo. Golfada, que no sé si delito, es olvidarse de cumplir la Constitución estando en la cúspide del poder. Golfada es utilizar medios públicos para actividades privadas, pongamos un avión Falcon por ejemplo. Incluso podría ser una golfada -¿o no?- cobrar en metálico determinados gastos de representación que nada representan.

Y claro, la golfería desde las cúpulas -conste: no hablo solo del Gobierno- va calando a la sociedad, faltaría más. ¿Cómo vamos a pedir a nuestros 'zetas' ejemplaridad y fidelidad a los partidos instalados cuando los 'boomers' y 'milennials' nos comportamos como nos comportamos, olvidando las más mínimas reglas del rigor moral, la probidad, la verdad y hasta el sentido común? ¿Cómo pedir que confíen en nuestra palabra cuando se miente hasta desde el atril del Consejo de Ministros? ¿Cómo pedir ejemplaridad en el Congreso de los Diputados cuando cada semana asistimos a espectáculos como el de este miércoles en la Cámara Baja, o cuando en sede parlamentaria se prepara un acontecimiento circense en noviembre para 'conmemorar', o lo que sea, el cincuenta aniversario de la muerte de Franco?

No, a pesar de ese clima general de picardía que haría de Rinconete y Cortadillo unos probos ciudadanos de orden, y del Lazarillo un icono de ejemplaridad ciudadana, Ábalos no podría seguir ni un día más en ese escaño que pagamos todos y tanto desprestigia él. Incluso en el contexto que describo, lo suyo -y lo de su 'asesor', Koldo García, que este jueves comparece ante el Supremo- es demasiado escandaloso.

No podemos llegar a acostumbrarnos a tanta irregularidad, y que, por favor, no me venga determinado asesor de La Moncloa hablando de que si "mire usted a Sarkozy en Francia o al propio Trump en Estados Unidos". Lamentables personajes ambos, con o sin premio Nobel. Pero, aquí y ahora, a mí lo que me vale es lo que contemplo en mi entorno, y lo que contemplaba, a Ábalos paseando tranquilamente por los pasillos de la Cámara Baja, me parecía, me parece, una demasía intolerable. Una golfada, ya digo.