Opinión

Felipe de Borbón necesita un 'socio'

He escuchado muchos comentarios al discurso de Navidad del Rey. Creo que, más que repetir loas o críticas, más que alinearse entre quienes aseguran que 'no podía decir otra cosa' o que 'fue insuficiente', debemos considerar las consecuencias de futuro del mensaje, que me parece que va a tener más trascendencia de lo que se piensa. Es decir, se ahonda la brecha entre la parte del Gobierno que se alinea con el jefe del Estado y la que, aun mordiéndose los labios, critica sin paliativos no tanto las palabras del Monarca, sino a la propia Monarquía.

No, no ha abierto el discurso de Felipe VI una polémica pública entre Monarquía o República, contra los pronósticos (interesados) de Pablo Iglesias. Pero no creo que tampoco haya consolidado a la Corona. Simplemente, Felipe VI comprueba que su puesto de trabajo ha de ganárselo cada día. Y no cabe, como hacía algún comentarista, matar al mensajero por haber creado excesivas expectativas en torno a este particular mensaje real, el más importante y el más largo en la historia de este tipo de discursos desde que Felipe VI asumió el trono en 2014. Las expectativas eran lógicas y, en todo caso, iban a quedar defraudadas en uno u otro sentido: es imposible que el Rey suscite, en un país tan dividido como España en torno a la forma del Estado, unanimidad en los plácemes. O en los denuestos.

Lo importante me parece ahora saber si Felipe VI ha podido contener la avalancha del futuro. Si ha sabido ganarse a esa izquierda moderada que duda y no se ha quedado exclusivamente con el aplauso de la derecha. Si ha consolidado el apoyo de esa parte del Gobierno que, dicen, le 'ayudó' a redactar su discurso y, luego, sin que los españoles conociésemos el texto, lo elogió antes de que fuese pronunciado. Porque de ese apoyo, que forja una mayoría en el Parlamento, depende el futuro de la Monarquía. Nada puede esperarse de esa otra parte del Ejecutivo que ya muchas veces, con discurso real o sin él, ha expresado sin disimulos, y a veces sin demasiada cortesía, sus preferencias republicanas.

Ahora vienen los grandes retos puntuales: por ejemplo, las peticiones de Unidas Podemos para investigar en el Parlamento las irregularidades de Juan Carlos I, que es en lo que algunos, miope o interesadamente, querían centrar el mensaje a los españoles en la Nochebuena más triste de todos nosotros. Creo que el emérito, todavía en su voluntaria fuga en Abu Dabi, es ya el pasado. Ha de regularizar sus cuentas pendientes y ver el modo de regresar con cierta dignidad a su país, porque terrible sería que pudiera fallecer fuera de la nación en la que durante casi cuatro décadas fue jefe del Estado. Puede que entre los retos por llegar se incluyan las presiones para que Juan Carlos I sea desposeído del título de Rey. Y puede que esto lo hagan mediante un Real Decreto --porque este país, no lo olviden algunos, es un Reino-- o no. Quizá se quiera ver como una reparación histórica. O como un castigo excesivo. Insisto: no es lo fundamental.

Lo esencial es saber si la Monarquía se afianza entre los jóvenes, en los territorios más desafectos. En ese terreno, pienso que los discursos no son lo más importante. El Rey ha de dar una imagen renovada de sí mismo, y para ello tiene que cambiar algunas actitudes, discursos, ideas y gentes en su entorno, porque todo ello se va quedando algo viejo. Faltan iniciativas, noticias refrescantes, acerca del Monarca que quizá sea, por bastantes conceptos, el mejor en la Historia de España. Y que, por eso mismo, ya digo que sabe que tiene que trabajar duro para mantener su puesto de trabajo, y el de su hija, cada día. Necesita el Rey quien le acompañe en esta tarea: no puede hacerla solo ni rodeado exclusivamente de sus cortesanos. Y ahora, el primer 'socio' al que tiene que consolidar como tal se llama, guste o no, Pedro Sánchez Pérez-Castejón. A ello habrá de ponerse en los meses venideros.

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