Opinión

España, el país en el que quien gana, pierde

Jamás entenderé que la inepcia, o la pereza, o el descuido, o el persistente error, o todo ello, de nuestros representantes haya permitido que las pasadas elecciones se celebrasen sin una mínima reforma de la normativa electoral. Esa normativa que hace que España sea uno de los escasos países democráticos del mundo -también ocurrió en las presidenciales de Estados Unidos, conste- en el que quien gana en número de votos no tiene en absoluto garantizado que vaya a gobernar. Más bien suele ser al contrario. Navarra o la Comunidad de Madrid son buenos ejemplos de ello y el atasco, peligrosísimo a mi juicio, a la hora de formar un Gobierno central es también muestra de que con esta legislación reguladora de las elecciones a todos los niveles no se puede seguir. Simplemente, no se puede seguir.

Cuando hablas con un político, de cualquier nivel y de cualquier formación, y le comentas lo inadecuado de una regulación de las elecciones que, ocasión tras ocasión, lleva a la coyunda de extraños compañeros de cama, a la exaltación del valor de minorías a veces extremadas -Bildu en Navarra, Vox en Madrid- y posiblemente a la deformación de la voluntad de los electores, siempre te da la razón: hay que estudiar y ponerse de acuerdo para una reforma a fondo de la normativa electoral, desde la definición de la circunscripción hasta precisar un sistema de doble vuelta que permita eso, que el más votado sea alcalde, presidente de Comunidad Autónoma o presidente del Gobierno de la nación. Pasando, entre otros muchos puntos que sería prolijo enumerar aquí, por el desbloqueo de las candidaturas.

Pero uf* qué pereza. Convocatoria electoral tras convocatoria electoral, nuestros políticos olvidan sus buenos propósitos, si es que alguna vez los albergaron. Y seguimos con el viejo sistema, que produce bloqueos que, en esta ocasión, duran ya desde hace tres años y medio y no apuntan fáciles salidas para que tengamos una gobernación sólida y estable que permita pactos de Legislatura reformistas o, mejor, regeneracionistas.

Y así ha ocurrido lo de Navarra, donde quien ganó por una diferencia de nueve escaños, nueve, o sea, Navarra Suma, se queda fuera del juego, gracias a la intervención decisiva de Bildu y al acuerdo de cuatro formaciones no demasiado afines entre ellas. Y en la Comunidad de Madrid, donde quien ganó por más de ciento cincuenta mil votos, el socialista Angel Gabilondo, ve cómo, tras complicada negociación, esta siempre peculiar autonomía, donde ahora los juzgados nos recuerdan culpas de ex presidentas a sumar a las de ex presidentes, se queda en manos del PP. Y lo mismo ha sucedido en Barcelona, con la “común” Ada Colau frente al independentista Maragall, y en docenas de ayuntamientos y en algunas autonomías, como Castilla y León.

Para no hablar, claro, del mismísimo Gobierno central, sometido el ganador socialista a los vaivenes de una formación que es la cuarta en número de votos y escaños para lograr la investidura de Pedro Sánchez. El sistema propicia el chantaje del minoritario al mayoritario y, ya digo, esas alianzas tantas veces indeseables que Churchill calificó como de extraños compañeros de cama, que ya se sabe que, a la mañana siguiente, consumado el acto, se levantan sin saber muy bien quién ocupa la almohada de al lado ni cómo harán para chincharse mutuamente durante el resto de la Legislatura.

No sé si estamos condenados a repetir elecciones en noviembre. Posiblemente, ni Pedro Sánchez lo sabe a estas alturas en las que tendrá que emplearse a fondo en el teléfono negociador en estos días agosteños. Quizá incluso, a la vista de lo que dicen las encuestas, esté deseando esa repetición, para aclarar el panorama. No lo sé, ni tampoco es seguro que los resultados de noviembre produjesen esa clarificación, porque ninguna formación suscita hoy el suficiente entusiasmo de los electores como para que estos den a nadie una mayoría absoluta. Y en estos juegos andamos, en lugar de propiciar una reforma, que naturalmente tocaría algunos artículos de la Constitución, para que nuestra ida a las urnas sea, al menos, más eficaz, ya que no más racional.

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