La España, arrasada, que dejamos

Me impresionaron las palabras que escuché en una radio de boca del alcalde de un pueblo de Orense: "ya da igual que se reaviven o no los incendios; aquí ya no queda nada por quemar". Los periódicos nos han ofrecido prospectivas preocupantes: los incendios, como la temperatura y las sequías, irán en aumento prodigioso y quizá en 2050 la costa mediterránea esté calcinada, sugiere informes, entre otros, del Instituto de Climatología. Me pregunto qué España, además de la arrasada por el fuego, vamos a dejar a las gentes de esa 'generación Zeta' (nacidos entre 1990 y 2010) que gobernara el país a mediados de siglo.

No sé ya qué tiene que ocurrir para que las medidas de prevención contra incendios se tomen en serio no en agosto, a base de echar mano de la UME, sino en enero: crear una comisaría para la prevención de estas catástrofes, bien dotada de personal vigilante y con capacidad de lanzar campañas de comunicación que disuadas a los imbéciles de sus actividades pirómanas, voluntarias o no, es una prioridad urgente. Acumular rótulos ministeriales en manos de una sola persona, que ni siquiera comparece en el lugar de la tragedia, es una muestra más de la ineficacia y dejadez con las que tradicionalmente se abordan las cuestiones más importantes para nuestro futuro.

Desde hace algunos años, he tratado de estudiar demoscópicamente el comportamiento global y grupal de los 'zetas': mucho más descomprometidos con tareas de solidaridad, cada vez más próximos -una mayoría-a posiciones de derecha 'dura', ignorantes de la Historia, pero con altos índices de preparación tecnológica. No beben alcohol, en parte para romper con tradiciones anteriores. Porque lo que sí es seguro es que la brecha generacional es hoy en España más profunda que jamás desde el tardofranquismo. Lo mismo que una sedicente brecha ideológica, que, en realidad, solo esconde una lucha por el poder.

Echarse las culpas entre las Comunidades Autónomas y el Gobierno central por el desastre humano, ecológico y económico que supone que, durante semanas, España arda por los cuatro costados resulta más que improductivo: es dañino. Y muestra que España no funciona. O, mejor dicho, para no exagerar, que podría funcionar mucho más eficaz y razonablemente. Tenemos derecho al nacional-pesimismo sobre el futuro cuando nos hallamos en manos de este presente y, encima, en un mundo regido por locos insensibles, como se demostró de nuevo este viernes en Alaska.

Es ya urgente que nuestros representantes enfilen su acción para pavimentar el camino a esa 'generación Zeta' a la que, dicen las encuestas realizadas, tanto inquieta, y con razón, el futuro: saben que posiblemente vivirán peor que sus padres, que todo será más difícil, que la pirámide poblacional habla de un envejecimiento al que habrá que destinar recursos detrayéndolos de los dedicados a los jóvenes. Que se tendrán que jubilar a los setenta y muchos. Y, encima, la 'generación de Leonor I', que vivirá cosas hoy todavía impensables, se va a encontrar con un mundo del color de la ceniza, quemado, con paisajes que fueron de ensueño y hoy provocan, y las provocarán por mucho tiempo, lágrimas de tristeza.

No sé si los españoles merecemos a nuestros actuales, y pasados, representes. Lo pensaba aún dolido por la muerte de Javier Lambán, un hombre que luchó tanto por hacer razonable esta vida política miserable y por mejorar las condiciones económicas y sociales de Aragón, tarea en la que, por cierto, le sucede dignamente el actual presidente, Jorge Azcón. Me decía Lamban, un humanista, que lo más importante en la acción de un Gobierno es el patriotismo, que viene a significar poner por encima de todo los intereses del ciudadano, olvidando los propios. Sé que vivió con dolor en los últimos años el hecho incontestable de que los valores de servicio público, respeto a la Constitución y eficacia gubernativa son virtudes que casi pertenecen al pasado.

Y, sin embargo, ahora toca mirar al futuro. Observar cuidadosamente a esa 'generación Zeta', nuestros hijos, ya digo, para que no se nos malogren por el mal ejemplo que están recibiendo por parte de las llamadas 'autoridades'. Ellos son, guste o no guste, el porvenir. Y hoy, la verdad, el porvenir está ennegrecido por los humos de variada especie y procedencia que se han adueñado de nuestro espacio.