Opinión

Adiós, ministra, adiós

Nada tengo en contra ni a favor de la ministra Dolores Delgado, más allá de que, como les ocurrió a algunos de los que como ella cayeron en trampas saduceas, no sabe gestionar su propia comunicación ni controlar su temperamento, cualidades malas para mantenerse en un Ministerio que no es una cartera cualquiera, sino nada menos que la que da fe de la verdad de un país. Solo por eso, porque es obvio que no está en condiciones anímicas para mantenerse en el Consejo de Ministros, pienso que debería abandonar el honroso cargo de integrante del Ejecutivo de España. Solamente por eso, Pedro Sánchez, supongo que consciente de que la permanencia de Delgado en el caserón de San Bernardo perjudica más que beneficia a la pervivencia de su equipo, debería pedirle que dé un paso a un lado. Pero los dioses, cuando quieren perder a los hombres, primero los ciegan, y temo que estemos ahora, a las cosas que el presidente está diciendo en Estados Unidos me refiero, ante un caso claro de ceguera.

Ya sé, ya sé que la ministra es víctima de un caso de estallido informativo que no todos los profesionales de la información acabamos de comprender. Hay muchas incógnitas en lo referente a las grabaciones y difusión de conversaciones que se suponían que quedaban en el ámbito de lo privado, existen malvados y malvadas que parecería que quieren nada menos que chantajear al Estado y buscan, de paso, lucros cuyas derivas más profundas están hoy sujetas a discusión y a muchas, muchas cábalas. Pero el Gobierno, la oposición y nosotros mismos, los periodistas, así como la propia sociedad, deben, debemos, entender que ahora los parámetros son otros, no sé si mejores. De hecho, desde hace bastante tiempo son otros: hay quienes filtran a los medios, incluso a algún medio casi desconocido hasta ahora, cosas comprometidas para otros, pero sabrosas para ser degustadas por la voraz opinión pública. Son gentes que actúan por intereses espurios, por vendettas, por conflictos de diversas índole. O por pura mala leche, conscientes de que las maniobras orquestales en la oscuridad les dan un poder que sus merecimientos no habrían alzado en buena lid.

'Esto', se califique como se califique, se ha convertido en las reglas del juego que ahora se practica. Y así han de entenderlo desde Cristina Cifuentes hasta Dolores Delgado o, si usted quiere, Pablo Casado y todos los líderes partidarios que en este mundo son. Y usted y yo: algún día, esperemos que cercano, este viento huracanado al que algunos insisten en seguir llamando periodismo -y seguramente lo es-, habrá de analizarse por historiadores, comunicadores y académicos como un fenómeno más de nuestro convulso tiempo. Dudo de que sea posible volver a meter el dentífrico en el tubo, una vez que entre todos -sí, no solamente algunos digitales o medios más o menos fuera de lo convencional hasta ahora- lo hemos colocado en el cepillo de esparcir basura.

Y, como periodista, tengo que advertir que la mayoría de nosotros aceptamos publicar una información 'escandalosa', si nos dan pruebas de está contrastada, independientemente de cuál sea su procedencia. Porque noticia es todo aquello que alguien no quiere que se publique, aunque otros lo que quieren es precisamente que se publique. Casi toda investigación periodística tiene como origen un contable que no ha cobrado (Filesa), un policía encarcelado -ya sabe usted a qué innombrable me refiero: hasta citar su apellido me asquea-, una riña por celos -aquel asunto de Juan Guerra-, un conflicto de ambiciones -Luis Roldán-, una pelea comercial -tenemos tantos ejemplos...-. O una escalada por subir dentro del propio partido, que es lo que me parece que estuvo en el epicentro del 'Caso Cifuentes'.

Hemos destapado la caja de los truenos y solo le queda, ministra, pedir un paraguas y retirarse a cubierto. Porque la verdad es, ministra, que aquellas grabaciones, que yo lamento que estén apareciendo como están apareciendo, incluso muy bien dosificadas para hacer más daño, contienen actitudes muy poco ejemplares en alguien que es nada menos que notario mayor del Reino. Y sus últimas comparecencias en público la muestran a usted como al borde de un ataque de nervios. Váyase, señora Delgado, porque seguir ahí, aguantando una tormenta que puede durar mucho, solo le causará más sufrimiento personal y un mayor desgaste al presidente de un Gobierno que todos quisiéramos que marchase un poco más erguido, más rectilíneo, mejor.

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