Opinión

Zanjemos el mito de la motivación en el aula

Confieso que me llevo muy bien con la soledad, de la que me acompaño en mis largos paseos diarios. Compañía con la que, mientras trabajo cierto tono físico y muscular, consigo organizar ideas y pensamientos. Da igual que sean senderos naturales y parajes campestres, que el molesto adoquinado o el irregular asfalto de una calle. El caso es estar siempre en movimiento, siempre caminando, tanto física como mentalmente.

Cuando estoy en Madrid, el paseo obligado es por el Retiro. Y allí es difícil no encontrarse con algunas de las esculturas del recio palentino y no menos adusto -como buen toledano adoptivo-, del olvidado Victorio Macho. No deja de sorprenderme cómo esculpió a Ramón y Cajal, de forma reclinada, con toga, en la tradición más clásica de la imagen de un maestro. De hecho, esa figura que observo mientras camino cerca y a paso rápido, evoca la de un sereno y sabio Sócrates en la Atenas clásica. 

Una cualidad, la de la sabiduría, que sin duda une a ambos. Sin olvidarnos de que, como buenos maestros, ambos también dedicaron mucho de su esfuerzo a la enseñanza. Recuerdo -mientras voy circunvalando ese monumento a paso firme-, cómo el profesor Cajal se quejaba amargamente de tener que enfrentarse con esos estudiantes de medicina que, ocupando la parte más alta del aula magna, no paraban de hablar y de fumar, interrumpiendo constantemente su meticuloso magisterio. Les reprochaba esa falta de interés, y la necesidad del silencio y de la atención para que la clase fuese aprovechada por quienes sí estaban interesados: invitándoles a abandonar el aula. 

Se trata de una falta de interés por aprender que, a día de hoy, se extiende en las aulas de los institutos a cada vez más alumnos y en todos sus niveles. Son muchos los psicólogos de gabinete y los psicopedagogos de despacho que apuntan, como su auténtica causa, a las deficiencias formativas en técnicas de motivación de las que supuestamente carece el profesorado. Diagnóstico que considero acertado en una proporción bastante pequeña de casos.

La motivación es consecuencia de una emoción que se despierta en nosotros, y que nos incita a realizar o mantener una conducta. De ahí que la motivación tenga una vertiente intrínseca e interna, que tiene que ver con la emoción con la que afronto esa situación; y otra extrínseca o externa, que se relaciona con la emoción que me despierta dicha circunstancia. En las clases del profesor Ramón y Cajal, los alumnos deberían estar motivados intrínsecamente por poder recibir clases de un Premio Nobel de Medicina, con una capacidad especial para el dibujo, con la que conseguía hacer cercana y visual la histología. Pero ellos se desentendían de la clase, porque no encontraban esa emoción dentro de sí, porque no se daba la motivación intrínseca. De tal manera que, aunque el mismísimo Ramón y Cajal hubiese acudido a clase desplegando las más variadas y modernas técnicas motivaciones que podamos pensar (las extrínsecas), quienes careciesen de aquella otra motivación intrínseca, seguirían descolgados de sus clases: aunque su profesor fuese un mismísimo Premio Nobel. 

Muchos de mis alumnos acuden varios días de la semana a entrenar, donde físicamente se esfuerzan al máximo. Su motivación es que cuenten con ellos para jugar el próximo partido. Pero, a pesar de tal esfuerzo, su entrenador no siempre lo hace: y sin embargo ellos siguen acudiendo al entrenamiento, esforzándose. Porque la motivación principal es la que nace de una emoción interna, es la intrínseca. Da igual que se cambie de entrenador, o qué piense o qué diga: porque el motivo de esa persona para acudir a entrenar y esforzarse -aunque no sepa si contará con ella- es el de querer demostrarle que el puesto de jugador es suyo. 

Derrumbemos de una vez ese mito de la motivación en el aula entendida de manera unilateral, cargando la culpa en la actitud del profesor (motivación externa). Porque esa es la manera de tapar un profundo problema social: la desidia que estamos sembrando en nuestros jóvenes frente al esfuerzo por saber y aprender. Un profesor es un entrenador del intelecto, y el alumno debe acudir al aula con la motivación intrínseca de querer esforzarse a diario por aprender cada día.

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