Opinión

Refugiados de la contaminación

Contaba Slavoj Zizek en un interesante artículo publicado en El Mundo que este mes "la contaminación en las grandes ciudades chinas se ha vuelto tan espesa que miles de personas han huido al campo, en un intento de encontrar un lugar donde se pudiera ver un cielo azul. Este aeropocalipsis ha afectado a 500 millones de personas. Para los que se quedaron, moverse por ahí empezó a parecerse a la vida en una película posapocalíptica: personas deambulando con grandes máscaras de gas en medio de una sopa de niebla y contaminación atmosférica en la que incluso árboles cercanos eran invisibles". Añadía el autor que "la dimensión de la clase social ha desempeñado un papel decisivo: antes de que las autoridades tuvieran que cerrar aeropuertos por culpa del aire contaminado, las ciudades fueron abandonadas por aquéllos que podían permitirse un vuelo de alto precio... Y, el colmo de los colmos, la asamblea legislativa de Beijing consideró catalogar esta sopa como catástrofe meteorológica, un hecho natural, no un efecto de la contaminación industrial, para evitar así echar la culpa de la catástrofe a las autoridades. Una nueva categoría se añade así a la larga lista de refugiados de guerras, sequías, tsunamis, terremotos, crisis económicas, etc.: los refugiados de la contaminación". 

Afortunadamente, España no es China. Ni nuestros niveles de contaminación, siendo preocupantes, son tan elevados. Recuerdo que la primera vez que fui a Beijing pensé que había tenido esa mala suerte del viajero que arranca su aventura con días tristes y nublados. Enseguida me informaron de que no era la situación meteorológica  sino la contaminación lo que  impedía en esa gran ciudad ver el sol, que, efectivamente, volvió a aparecer en todo su esplendor nada más salir de la capital hacia el sur. De eso hace ya muchos años, pero siempre ha quedado en mi retina esa imagen de una multitud en bicicleta, todos uniformados y muchos con unas mascarillas rudimentarias como esas que se ponen en los quirófanos. 

Ahora la alcaldesa de Madrid, con sus medidas de última hora, también ha conseguido, como en China, que haya refugiados de la contaminación, especialmente los que trabajan en la capital pero viven fuera de la ciudad, y los pequeños autónomos de los distintos oficios que necesitan sus vehículos para trabajar y ese día tuvieron obligadamente que estar parados. 

Reconozco que cada día me da más coraje el discurso populista que intenta dividir a la sociedad en buenos y malos, progres y fachas y, ahora, en defensores del medio ambiente y malvados que quieren cargárselo. Uno de los argumentos demagógicos más extendidos el día de la prohibición de circular para las matrículas pares fue el de la salud. No conozco a nadie, absolutamente nadie, que esté en contra de proteger su salud, y tampoco creo que cuando la OMS establece unos límites permitidos de contaminación más altos de los que utilizó Carmena para poner en marcha su plan, lo que quiera sea matar a la gente. 

Sobre las medidas de estos días, como siempre, hay opiniones para todos los gustos, y tienen luces y sombras. Personalmente, sigo viendo mucha improvisación y demasiada ideología de pin y pon en ese asunto. No sé si, como han dicho sus adversarios políticos, la alcaldesa ha utilizado la contaminación para hacer una maniobra de distracción ante su fracaso para aprobar los presupuestos municipales, o si ha pretendido realizar un ensayo general, aprovechando las fiestas navideñas, para finalmente que estas medidas sean definitivas, o si simplemente ha sido una imposición ideológica teniendo en cuenta que el Ayuntamiento está gobernado por Ahora Madrid, agrupación de la que forman parte Podemos y el partido ecologista radical Equo, entre otros.

De lo que estoy segura es de que las soluciones tienen que ser a medio y largo plazo y todos deben estar implicados sin sectarismos para que evitar que, de verdad, al final tenga que haber un éxodo de refugiados de la contaminación porque el ambiente sea irrespirable. 

"La industria automovilística debe desarrollar motores de combustión más eficientes y seguir investigando en el coche eléctrico o de hidrógeno. Las Administraciones tienen que proveer de servicios públicos de transporte adecuados, de aparcamientos disuasorios o facilitar el uso de medios limpios como la bicicleta para incentivar el abandono del coche particular. Eso es lo que hay que reprochar a las autoridades municipales. En Madrid, la construcción de esos aparcamientos es una eterna promesa que nunca se concreta -el actual Consistorio ha elaborado el enésimo plan- y la mitad de la flota de autobuses municipales usa todavía motores diésel. Hace falta que los políticos se pongan de acuerdo, sin prejucios ideológicos, para desarrollar planes", apuntaba días atrás el editorial de un periódico. Yo digo amén.

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