Opinión

Patología Puigdemont

Lo de Puigdemont empieza a ser casi patológico. No sólo ha hecho gala de su cobardía política huyendo y dejando a sus compañeros de partido tirados mientras sigue mendigando por Europa una atención mediática que se diluye según va pasando el tiempo, sino que además les impide buscar una salida que cortocircuite una nueva convocatoria electoral. El mundo miope y pequeño de este “rey desnudo” se reduce a él mismo en su misma mismidad. Su partido Junts per Catalunya, o mejor dicho la guardia de corp que le rodea, insiste en intentar investir al fugado como presidente de la Generalitat antes del 14 de mayo, a ocho días de la fecha en que vence el plazo para la convocatoria de nuevas elecciones.

Según dicen todos Puigdemont se resiste aún a dar vía libre a Elsa Artadi porque es consciente de que si es investida presidenta a él se le acabará el chollo y el tiempo y la justicia española -lenta pero segura- terminará por por ponerle en su sitio.

Sabe que cuando, más temprano que tarde, se recupere la normalidad institucional y se levante el 155, el olvido se le llevará por delante porque hasta los suyos le ven ya como un lastre con tics totalitarios evidentes. Sabe perfectamente que todo esto ha sido una aventura políticamente estéril y socialmente nociva que le sumirá en la melancolía del ciego que no quiere ver. Sabe que todos estos meses de demencia política continuada no habrán servido para otra cosa que para perder el tiempo, polarizar a la sociedad catalana, lastrar la imagen de Cataluña y llenar su depósito de victimismo que es lo que mejor sabe hacer. Lo cierto es que en los cinco meses de esta  Legislatura del Parlament ha habido 19 intentos de colocar un candidato a presidente de la Generalitat. “La  media es un candidato cada seis días. Desde el independentismo, se culpa de este frenesí presidencial  al 155 y a la inestabilidad que ha provocado. Pero otras  fuentes, incluso del ámbito soberanista, reconocen como  relativamente normales largos periodos sin Gobierno —Bélgica, Italia, la propia España—, pero no tanto la cantidad de personas que se ha intentado nombrar, en  tentativas de intensidad variable. Así, Carles Puigdemont lo ha intentado dos veces, mientras que el que ha estado más cerca ha sido Jordi Turull, quien incluso dio un discurso de investidura el día antes de ser encarcelado.

Por último, quien más ha aparecido en las quinielas, hasta en tres ocasiones, ha sido Elsa Artadi, si bien nunca ha sido designada de manera oficial”, señalaban varios periódicos.

Esto de investir president de la Generalitat se ha convertido en una especie de tómbola insoportable y si no fuera por la gravedad del asunto pensaríamos que nos están tomando el pelo. Sabemos que en ERC están hartos de la estrategia de Puigdemont, que sigue convencido de que una repetición electoral le saldría bien ya no a su partido, sino a su estrategia de huída hacia adelante y le podría doblar el pulso aún más a los republicanos.

Esta imagen de chulería y prepotencia del fugado que  patológicamente quiere mover los hilos a su antojo, contrasta con la actitud del que fuera su número dos que está asumiendo su responsabilidad. Estos días se ha sabido que la dirección de la prisión de Estremera en la que se encuentra internado el ex vicepresidente de la Generalitat Oriol Junqueras, ha decidido otorgar al preso un vis a vis extraordinario por su “buena conducta”  y su dedicación en el trabajo. Junqueras, como es sabido, se encuentra en prisión preventiva desde el pasado 2 de noviembre de 2017 y ha sido procesado por rebelión y malversación por su participación en el “procés”. Estos mismos delitos pero si cabe con una mayor responsabilidad por el cargo que ocupa presuntamente los cometió Puigdemont pero su destino es muy diferente. Vive a cuerpo de rey y se ha rodeado de un grupo de incondicionales que le “ríen las gracias” y no se atreven a decirle que está desnudo, porque le necesitan para subsistir. Por eso y por su intento de que cualquier posibilidad de salida se boicotee en el último minuto, los de Junqueras cada vez se fían menos de su socio, pero claro están unidos por la misma suerte y  comparten un mismo destino. ¡¡¡Qué hartazgo y que vergüenza!!!

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