Opinión

Nadie llora a Venezuela

Venezuela se ha convertido  no solo en una gigantesca cárcel,  sino en un lugar oscuro  de hambre y miseria donde la vida no vale nada. Sabemos que no menos  del 15% de los detenidos por motivos ideológicos ha sufrido malos tratos desde 2014, tal como ha puesto de relieve un informe de Human Rights Watch que han recogido estos días los periódicos. Maduro ha convertido un país que no hace tanto era un paraíso donde parecía manar la leche y la miel -gracias a sus reservas naturales-  en un auténtico Estado de terror. Si de muestra vale un botón, sólo en las protestas de 2017 murieron 150 personas por los abusos policiales y el año pasado las cosas han empeorado aún más. “La Fiscalía de la Corte Penal Internacional abrió un procedimiento contra el régimen chavista por uso desproporcionado de la fuerza, abusos y torturas. Y la ONU acusa al Gobierno bolivariano de crímenes contra la humanidad por los que antes o después habrá de ser juzgado", editorializaban ayer los periódicos españoles. El dictador Maduro se ha vuelto a investir presidente de sí mismo en un paso más  para perpetuarse en el poder hasta el 2025, aunque lo ha hecho en una soledad clamorosa.

Nadie, salvo otros países con dictadores como el de Cuba, Bolivia o Nicaragua, le ha querido acompañar en esta nueva farsa que pretende hacer pasar como una democracia lo que es un régimen dictatorial sin ningún tipo de libertades que asfixia a su pueblo.  El chavismo no tiene ningún tipo de control ni tampoco barreras. El parlamento está secuestrado porque hay una mayoría opositora y sus funciones asumidas por ese órgano denominado Asamblea Nacional se ha convertido en un instrumento más para controlar todos los órganos institucionales y judiciales. El pequeño dictador se ha quedado solo porque aquella fábula del proceso constituyente sólo pretendía atornillarle en el poder con la ayuda de una cúpula cívico-militar formada por los dirigentes más cercanos de su entorno y por los generales con más poder del país, que combaten con dureza una rebelión que se alarga en el tiempo y que representa el sentir de la  inmensa mayoría del país. El pueblo venezolano, extenuado y zaherido de hambre y miseria, sabe que es un país rico, pero minado y empobrecido por la corrupción, lo que les ha llevado a unas tasas de inseguridad insoportables, a un desabastecimiento de  los productos básicos y sobre todo a una violación constante de los derechos humanos. Maduro no es Hugo Chaves, aunque se le aparezca reencarnado en un pajarito. No es el líder populista que  compraba voluntades a los países limítrofes a base de petróleo. Se acabó el filón, sólo hay migajas que repartir y dada su incapacidad para sacar a Venezuela adelante ha optado por sacar las armas y disparar a matar a quien se atreva a hacerle un ruidito, el recurso cruel y cobarde de los tiranos. La ecuación es simple para este miserable: "o estás conmigo o te sitúas contra mí y en ese caso hago lo que más convenga en ese preciso instante o mando a mis secuaces a disparar a matar o te encarcelo en unas condiciones infrahumanas o te mato de hambre, que es otro tipo de muerte más lenta, pero muerte al fin y al cabo. Lo más lamentable es que la comunidad internacional sigue ausente y a estas alturas de la película siguen mirando hacia otro lado y ya casi nadie llora por Venezuela, dejándola abandonada a su suerte ¡Que desgracia!

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