Opinión

155, el señuelo de Rajoy

“Cosa que sirve para atraer, persuadir o inducir, con alguna falacia”. Es la única acepción de la RAE para la palabra “señuelo” que no se refiere a montajes humanos destinados a engañar a animales para capturarlos o gobernarlos. “Amenaza” también hubiera servido, pero el componente de engaño que observo en Rajoy me ha llevado a elegir “señuelo”.

Vigilado estrechamente por la Europa que importa desde la violencia del 1 de Octubre, Rajoy sabe que esa es la cara oculta de la diplomacia de declaraciones contra la república catalana enviadas desde las cancillerías para consolarlo.

Es el mismo Rajoy que nos sorprendió, tras el 20D, rechazando negociar a la defensiva una investidura obligada por Felipe VI y jugándose el tipo y el partido a su intuición sobre lo que pudiera pasar por la cabeza de Pablo Iglesias. Cómo no recordar que mientras Mariano, registrador de la propiedad, ganó la apuesta de que Podemos votaría lo mismo que el PP cuando la “cal viva” del felipismo para justificar el no a Pedro, Pablo, politólogo con estudios de sociología, perdió la suya, que se la había jugado a una repetición electoral para la que se había tragado, hasta la garganta, el cebo de un tocomocho demoscópico envuelto con “sorpasso”. La cosa tiene sus bemoles, pues Rajoy era plenamente consciente de que si el PP era expulsado del gobierno, cosa que podía haber ocurrido el 4 de marzo de 2016, muchos de los de ese partido acabarían en la trena y muchos más saldrían huyendo.

Este Rajoy es también el mismo que captó con perfecta precisión la inmensa crisis que se estaba cociendo en el PSOE tras el 26J del fracaso de Podemos. Por eso firmó un acuerdo con Ciudadanos, a sabiendas de que no cumpliría ni la letra ni el espíritu, si existe, de ese pacto. Conocedor de que su electorado tiene y tendrá hacia él y hacía su “organización criminal” (según varios jueces) la misma actitud dócil que la mayoría silenciada tenía hacia Franco y la estructura criminal de su dictadura (sin jueces que la hayan condenado), sabía que no perdería ni una sola confianza el día que su Hernando de turno tuviera que salir diciendo que “aquello se firmó porque eran lentejas”. Y no solo eso, sino que también sabía que Rivera tendría que aguantarse cada vez que escuchara esa burla porque, a fin de cuentas, sus electorados son demasiado parecidos.

Pendientes de determinar si las imborrables imágenes del referéndum violentado por sus fuerzas represoras en Catalunya han sido un error fatal que aún no ha pasado su verdadera factura o, en realidad, otra de sus maniobras calculadas, nos toca ahora analizar la aplicación de un 155 que en menos de una semana ha cambiado radicalmente de formato. Recordemos.

El pasado día 21, sábado, y sin que Puigdemont hubiera declarado la menor república catalana que uno pueda imaginar, Rajoy asustó a tirios y troyanos con un 155 mucho más duro de lo que todos pensaban y que hasta un PSOE incluso prescindible se había atrevido a divulgar, en pírrico triunfo de la nada. Aquel día Rajoy habló de 6 meses para convocar elecciones autonómicas en Catalunya, además de tomar el control de TV3 entre otros excesos, probablemente anti constitucionales. A cualquier presidente del gobierno, y más si es el Rajoy que tanto presume, se le debe exigir sentido de responsabilidad, y también saber que ese anuncio destrozaría de nuevo el Ibex 35. Eso fue lo que ocurrió pues, en los primeros 45 minutos del lunes ya estaba un punto por debajo de los principales índices europeos y, fuera casualidad o no, la cosa se tranquilizó cuando Puigdemont salió a las once de la mañana de ese mismo primer “lunes 155” anunciando que acudiría al Senado.

Evidentemente, esa versión del 155 le ponía muy difícil al catalán lo de mantener el autocontrol, pero lo consiguió. Sostuvo lo de acudir al Senado en una batallita de agendas  e incluso el jueves 26, con incontenible alegría del propio Ibex, desde la Generalitat se convocaron sucesivas comparecencias, a la postre fallidas, en las que el President anunciaría la convocatoria de elecciones autonómicas. Algunos pudieron pensar que, con esa noticia en portada, no hubo ningún intento de negociación desde Barcelona y que Puigdemont quiso justificar la posterior votación de la independencia republicana cuando dijo que no había conseguido nada de Madrid a cambio de disolver y convocar, pero el mensaje con el que Vila, el inteligente conseller de empresa, justificó su dimisión despejó todas las dudas.

Mientras tanto, ese mismo jueves crítico, gobernados los más entusiastas por emociones manipuladas desde el adversario y ajenas a todo cálculo de conveniencias, resultaba digna de ver una pantalla dividida en dos de TV3 en la que, a la derecha, un político del PP llamaba cobarde a Puigdemont porque los radicales le estaban llamando traidor, y en la de la izquierda esos mismos radicales seguían llamándolo traidor, cuando el instinto básico conduce a sospechar de ti mismo si el contrario saca cualquier beneficio de lo que estás haciendo. Una vez más Rajoy, dando órdenes desde su cuartel general y con disciplina militar a sus voceros a base de argumentarios matinales clandestinos (a veces desvelados por la prensa) en los que lo de menos es el número de verdades o mentiras que contengan, supo aplicar el juego de los señuelos, o amenazas diversas y más o menos disfrazadas, para desestabilizar a un adversario complicado y dividido.

Si, tal como supo manejar tras el 20D los estímulos de Pablo Iglesias y de muchos inscritos en Podemos, pues hasta hicieron una consulta interna para decidir no a Sánchez en la que los líderes no comprendieron el significado de una abstención masiva, en el caso Catalunya lleva meses, pero sobre todo desde el día 1 de octubre, llenando de rabia las cabezas de todos los de la CUP, de muchos de ERC y hasta de algunos del PdCat, a base de provocaciones para colocar entre la espada y la pared a una sola persona, Carles Puigdemont, que le habría dado el disgusto de su vida si, por ejemplo, hubiera disuelto el Parlament y convocado elecciones autonómicas. Lo podía haber anunciado a los cinco minutos del encarcelamiento de los Jordis, “porque con tanta represión no se puede trabajar y, por tanto, os convoco a todos a derrotar de nuevo al adversario en su propio terreno” por poner un discurso breve y convincente que muchos habrían tenido que comprender, voluntariamente o no, pero todos estarían obligados a trabajar en el nuevo escenario a partir de ese momento. Entonces, el catalán se habría convertido en dinamitador del bloque español de coyuntura y llevado la tranquilidad a millones de espíritus en Catalunya, España, Europa y el resto del mundo. Y, lo más importante, habría mantenido en su exclusivo poder el talismán que significaba poder declarar la república catalana a la primera que Rajoy se hubiera excedido con sus abusos en plena campaña electoral. El simple lugar común de que la Espada de Damocles solo está para amenazar mientras su acción no consiga la victoria definitiva.

Un 155 con elecciones en seis meses implicaba para Rajoy el peligro de fracasar demasiado en el avispero catalán. En cambio, conocedor de las tensiones entre los independentistas, en un quiebro atrevido, y solo él mismo sabe si por desesperado, ha preferido convocar para el 21 de diciembre y jugárselo todo a que los independentistas duden sobre qué hacer o, incluso, a que cometan errores con la letra pequeña de la Ley Electoral y alguna de sus candidaturas pueda ser excluida por cuestiones formales. En cambio, los hay que siguen creyéndose las chulerías de manual de Casado y Cía y dicen que el PP quiere anular programas electorales independentistas. Cualquiera con dos dedos de frente sabe que ese deseo íntimo Rajoy no se lo puede consentir de ninguna manera, al menos en Europa. Más les vale a ERC y PdCat reaccionar y presentar sus candidaturas como sea, pero sin cometer el menor error material.

Rajoy, gran manipulador de los miedos y prejuicios individuales y colectivos para prolongar todo lo posible los traumas de una sociedad primero masacrada y después envilecida durante la dictadura, bloquea contra todos la reforma constitucional porque sabe que ese cambio no podrá soportarlo “vivo”. Es el único recurso que le queda y, aunque resulte sorprendente, ha tenido la suerte, contra los deseos ocultos de muchos de los suyos, y quién sabe si de él mismo, de coincidir con una Europa que soporta mal el uso de la violencia gubernamental contra miles de personas movilizadas en son de paz.

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