Opinión

Un Occidente rebelde

Según un informe publicado en 2010 por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, solo el 3% de la población mundial emigra de ...

Según un informe publicado en 2010 por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, solo el 3% de la población mundial emigra de su país de origen. Esto significa que de unos 7.500 MI de habitantes que tiene el planeta, 215 MI deciden o se ven forzados a marchar de sus países para buscar el pan y la dignidad en otros lares. Serían quizás más, si escapar de la miseria en muchos sitios fuera una opción fácil de escoger y no un trayecto extremadamente peligroso –no para un bote de Coca-Cola, no para el coltan, no para el petróleo, etc.– donde tu vida y las de los tuyos están en juego. Imaginaos cómo tiene que ser el mundo donde uno vive para arriesgar tanto por huir.

Seres humanos que en su amplísima mayoría preferirían vivir en su país de origen –sobre todo si pudieran hacerlo en condiciones dignas.

Lejos de querer atajar el problema, lejos de querer cumplir y fomentar que se cumpla la Declaración Universal de los Derechos Humanos, Occidente recurre a la violencia y la segregación para frenar las crisis migratorias, allanando el camino para los discursos racistas y xenófobos que cada vez se hacen más fuertes en el mundo occidental y que pretenden volver a crear la frontera discursiva entre los de arriba unidos con los de abajo, contra los de más abajo. El término académico es “populismo de extrema derecha” (más conocido como fascismo) y lo vemos en el Frente Nacional en Francia, en el nombramiento del candidato xenófobo del Partido Popular para las elecciones catalanas o más recientemente en las declaraciones del Primer Ministro del Reino Unido, respondiendo a la crisis vigente en el canal de la Mancha.

Un fantasma que recorre Occidente y que pone al descubierto la peor de las caras de nuestras totalitarias sociedades, en sus nuevas formas de esclavitud y sometimiento de los pueblos subdesarrollados o infradesarrollados. Ese nuevo mundo, formalmente democrático y socialmente totalitario, nutre el espíritu del neoliberalismo y está derogando abiertamente la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Con una mano organiza "obras sociales" y cumbres contra la pobreza y con la otra saquea los recursos naturales de los países, propicia guerras, financia el terrorismo y derriba o sostiene gobiernos según las necesidades mercantiles y de la plutocracia mundial (la casta internacional).

Lapida a base de mercado las oportunidades de los pueblos y sus gentes y la gran oportunidad para el ser humano de ser... humano.

Pero frente a tanta oscuridad surge también un Occidente rebelde y demócrata que señala desde calles y plazas –y ya desde algunas instituciones y pronto desde las instituciones de todo Occidente– a los verdaderos culpables del mal devenir de los pueblos y de las sociedades. Que tiene la Declaración Universal de los Derechos Humanos por bandera, que aprecia la riqueza de la interculturalidad y contempla el siglo XXI con ojos grandes y brillantes, esperanzados por todo lo que vamos a conseguir. En ese inmenso reto, esa altura del siglo que corre, ¿dónde vamos a estar?

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