Opinión

Una experiencia de vida

En los cuarenta y cuatro años de ejercicio profesional son tantos los aprendizajes recibidos, que ahora que termina mi vida laboral puedo asegurar haber  recibido más de lo que he dado, que la ayuda que he podido prestar ha revertido directamente y con creces a mi propia vida y que lo que soy y tengo se lo debo, sin ninguna duda, al trabajo social.

En todos estos años he tenido la oportunidad de conocer a personas en graves situaciones de crisis personal y/o familiar  sin apoyos ni recursos,  con nulos o  pocos  medios , con importantes carencias culturales, económicas o  sanitarias ; en situación de exclusión , abandono , soledad y rechazo social . De ellos he aprendido y admirado su capacidad de resistencia y de resiliencia.

Recuerdo con nombres y apellidos a niños en situación de riesgo o abandono a lo que hubo que buscar un centro o familia de urgencia; a niños, niñas  y adolescentes tutelados que iniciaron una experiencia de convivencia familiar en pisos tutelados o familias acogedoras o adoptivas ; a mujeres víctimas de malos tratos que tuvieron que salir de su casa casa con más heridas y lesiones que enseres propios; a personas con discapacidad que habían visto truncada su vida por un accidente cualquiera que fuera su origen; a personas mayores enfermas de Alzheimer u otras demencias que tenían que cambiar de casa y entorno familiar para  ser atendidos en residencias o centros de estancias diurnas, a inmigrantes desorientados que intentaban mejorar sus vidas con más ganas que posibilidades….

He trabajado con familias a las que la muerte, el desahucio, la enfermedad mental, las drogas, el paro, la ausencia crónica de ingresos y otras situaciones, han deteriorado la convivencia o roto las relaciones de todos sus miembros llevándoles a la depresión, la ruina, el dolor y la marginalidad.

También he conocido otras familias capaces de soportar y superar las peores situaciones, de mantener la unión y los vínculos al margen de las dificultades, que han sabido encontrar soluciones a graves dificultades, que han sido capaces de cuidar sin horas ni limites a niños, mayores o personas con discapacidad gravemente afectadas y que han organizado con gran sabiduría sus escasos medios y los pocos recursos disponibles.

En numerosas ocasiones he colaborado con otros trabajadores sociales, educadores sociales, psicólogos, abogados, animadores socioculturales, médicos, enfermeras y otros profesionales de los servicios sociales y siempre he encontrado en ellos espíritu de cooperación, ganas de trabajar y buen hacer en pro de la justicia social y los derechos sociales de la ciudadanía.

El trabajo que yo he realizado me ha ofrecido la posibilidad de conocer al movimiento asociativo de cerca y en él, a todas esas personas idealistas, reivindicativas, constantes y convencidas de su tarea que día a día insisten a diestro y siniestro para conseguir medios que mejoren la calidad de vida de las personas a las que representan.

También he conocido a responsables de centros y servicios que se han esforzado para que sus centros diesen un servicio de calidad a los usuarios. Y políticos de todos los niveles y ámbitos (de consejeros a alcaldes y concejales, pasando por delegados, presidentes de diputaciones, diputados, directores generales etc. etc.) que han trabajado por aumentar presupuestos, agilizar trámites o hacer nuevas leyes para mejorar los niveles de bienestar de la ciudadanía.

Y en este tiempo de ejercicio profesional he asistido y participado en la creación, crecimiento y desarrollo del sistema público de servicios sociales. Lamentablemente también he sido testigo del desmantelamiento, empobrecimiento y reducción de este sistema del que se ha podido comprobar como su juventud, dispersión organizativa, conceptual y funcional, sus limitaciones presupuestarias ,el frágil asentamiento legal y su escaso peso social son un riesgo tan real como peligroso  a la hora de garantizar y consolidar los  derechos sociales la ciudadanía.

Todos estos años de trabajo social me han enseñado a acompañar sin juzgar, a respetar la autodeterminación de las personas, a individualizar cada caso, cada actuación, cada hombre y cada mujer, cada familia y cada situación. A no ayudar ni intentar cambiar la vida de aquellos que no lo quieren, no lo piden o no lo necesitan y sobre todas las cosas a ser consciente de que el trabajo social está al servicio y disposición de la ciudadanía, sin imponerse ni tomar el mando de la vida de los demás.

El trabajo social me ha dado la posibilidad de “vivir muchas vidas” al acompañar a tantas personas en las situaciones más duras y difíciles; me ha ayudado a comprender las razones de muchas situaciones y circunstancias difíciles de entender “desde fuera” y de todo esto he aprendido a valorar la diversidad, el respeto y la dignidad de las personas como el bien más preciado de su existencia.

Nines Martínez Martínez

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