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Por Rocío Molina Abellán

“Elige un trabajo que te guste, y no tendrás que trabajar ni un día de tu vida”. Confucio

Si alguien me pregunta los motivos para elegir el trabajo social como modo de vida, como profesión, creo que le remitiría al Codigo Deontológico del Trabajo Social, ya que creo que es un documento perfecto para ilusionarse con la idea de dedicarse a una profesión que promueve el cambio y el desarrollo social, la cohesión social, y el fortalecimiento y la liberación de las personas.

Si alguna persona vacila si empezar o no la carrera de trabajo social, si le asaltan dudas o si su entorno cuestiona su decisión por no ser una profesión rentable económicamente… le diría que luche por su vocación, que luche por su sueño. En esas estaba yo, en la primavera de 1998, cuando decidí abandonar mi (poco prometedora) intención de estudiar una carrera técnica de ciencias puras. He de decir que mi familia me apoyó incondicionalmente, y puso en marcha los medios para que en el siguiente curso yo estuviese estudiando Trabajo Social en Cuenca.

Pero con tener una ilusión, un sueño, una vocación… no es suficiente. Es necesario contar con profesionales rigurosos metodológicamente, que conozcan los derechos que tienen las personas con las que tratan y remuevan los obstáculos necesarios para poder hacerlos efectivos. Porque los y las trabajadores/as sociales no trabajamos por amor al prójimo ni por caridad, trabajamos por justicia social en el marco del bienestar social y la igualdad de oportunidades.

En la vida profesional de un trabajador social se suceden diferentes etapas, relacionadas con la madurez personal y técnica, y relacionadas con el tipo de políticas sociales que debemos implementar. Las intervenciones en todo caso, se realizan con el máximo criterio técnico, tomando decisiones en equipo, elaborando un diseño de intervención social personalizado que comprende una evaluación-diagnóstico de la situación, una determinación de objetivos operativos, actividades y tareas, utilización de recursos, temporalización y criterios de evaluación. Este diseño debe ser individualizado y poniendo en valor al destinatario, no como objeto sino como sujeto activo en el proceso de cambio, respetando su voluntad, sus tiempos, sus derechos y deberes.

En mis años de ejercicio de la profesión, he sentido honor, responsabilidad, afecto y reconocimiento, pero también miedo, tristeza, abatimiento, impotencia. Porque muchas veces nuestra intervención es dura, nos exponemos física y psicológicamente. Siempre sin perder de vista la responsabilidad como motor de cambio y lucha contra las injusticias, y el rigor en nuestros planteamientos. Ese es el gran reto de un trabajador social, y para eso sirve tener verdadero amor y orgullo por tu oficio.

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