¿Pero de qué se ríe?
No es la primera vez que el presidente del Gobierno nos obsequia con una carcajada. Ya lo hizo desde la tribuna del Congreso y hace dos días desde su escaño en esta misma Cámara. Además de mostrar unas formas un tanto tabernarias y por lo tanto impropias de un jefe de Gobierno, cabe preguntarse de qué se ríe. Si pretendía reírse del líder de la Oposición el tema no le ha salido bien. Estas impropias carcajadas así como los insultos, que no ha sido el caso, retratan más a quien se ríe a mandíbula batiente que al que pretende ofender. Lo mismo ocurre cuando el debate se llena de insultos: retrata al que insulta, más que al insultado.
Pero yendo al fondo del asunto hay que preguntarse de qué se ríe el presidente. ¿Se ríe de lo divertido que debe ser ver a su mujer metida en un lío judicial? ¿Se ríe del lenguaje en clave de Koldo y compañía? ¿Se ríe de la parsimonia de su Gobierno para dotar a la ley del ELA de 250 millones de euros?
Quizás se ría de su ministra de Igualdad que, a día de hoy, no solo no ha dimitido sino que ni siquiera ha ofrecido datos de las mujeres afectadas por el estrepitoso fallo de las pulseras que debían protegerlas.
Quizás la carcajada se incrementó por la noche cuando vio el tirabuzón dialéctico de Podemos para justificar su voto afirmativo a un supuesto embargo, después de afirmar una y mil veces que era un embargo fake.
Lo más seguro es que no estalló ni estallara en carcajada por estos asuntos. No, entró en carcajada con el afán innecesario de humillar al líder de la Oposición y como las formas indican el fondo, el presidente, una vez más, se ha retratado yendo de sobrado, de demasiado seguro en sí mismo mostrándose desplicente con el primer partido de España. Lo que cabe esperar del presidente del Gobierno son respuestas políticas, críticas, incluso muy críticas, pero políticas y no con esas risotadas, jaleadas con enorme satisfacción por toda su bancada como si de un gran triunfo se tratara.
Ni España ni el mundo están para carcajadas tabernarias. Más bien necesita rectitud política, eficacia en la gestión, defensa de las instituciones, huida del conmigo o contra mi, caída de muros, sepultar el y tu más, coherencia entre lo que se proclama y se hace. Solo así se hará hueco una sonrisa compartida que la inmensa mayoría de españoles, incluidos muchos socialistas, tienen helada desde hace mucho tiempo.
Nuestro presidente debería ser, además de más educado, más prudente porque nadie ni nada le garantiza que las carcajadas de hoy no sean los lamentos de mañana.