Opinión

La Reina

Cuando yendo en autobús me llega el mensaje del compromiso matrimonial entre Letizia Ortiz y en el entonces Príncipe Felipe no podía dar crédito. Un tiempo antes coincida con ella en la sala de maquillaje de TVE. Llegaba llena de vida, con los periódicos en los brazos dispuesta a tragarse el mundo. Inteligente, sagaz, curiosa y vitalista iniciaba una nueva vida de la mano del hoy Rey con la extraordinaria complicidad de la Reina Sofía. Solo unos pocos estaban en el secreto del romance.

A partir de ahí todas las miradas se centraron en ella. Se le escudriñó su vestimenta, sus gestos y sus palabras. La historia causó sorpresa y también respeto por la decisión del príncipe Felipe. Con ella, se decía entonces, la Monarquía se modernizaba, le iba a dar nuevos aires, se iban a abrir ventanas... en fin, que con Letizia llegaba la modernidad a una Institución que había pasado momentos delicados.

Han pasado muchos años de aquel entonces y nadie cuestiona que con la ya Reina Letizia han llegado nuevos aires a Zarzuela. Algunos tan nuevos que a muchos, muchísimos ciudadanos no dejan de sorprender. Sorprende esa hiperprotección de sus hijas, olvidando que, en concreto la princesa Leonor es, nada menos, que la heredera del trono. No deja de sorprender que continúe siendo un misterio donde pasan sus vacaciones en tiempos donde la transparencia es dogma y desde siempre se ha sabido, por ejemplo, donde lo han hecho todos los que han sido presidentes del Gobierno. Sorprende que no suelte su móvil en algunos almuerzos, que no sea capaz de disimular sus enfados. Sorprende por excesivo que enfunde a sus hijas en bufandas, gorros y gafas cuando las tres acudieron al Museo del Prado. Pero pese a estas sorpresas hay que reconocer, que, en términos generales, ha sabido estar.

Y de esto, solo de esto se trata. De saber estar y con quien se está. Y esto se le olvidó a la Reina Letizia a la salida de la Catedral de Palma, cuando hizo imposible la foto que la Reina Sofía quería hacerse con sus nietas. ¿Qué había de malo en ello?. ¿Qué riesgo corrían las infantas cuando el fotógrafo era el oficial de Zarzuela?. ¿Qué atentado a la intimidad de las niñas trató de evitar y evitó?. Esas idas y venidas delante de la Reina Sofía y de las infantas nunca se deberían haber producido.

El vídeo en cuestión se ha hecho viral. Ha dado la vuelta al mundo proyectando una imagen que es la que menos necesita España. Se le olvidó a la Reina Letizia ese saber estar y con quien estaba. Es verdad que la Reina Sofía es su suegra, pero es más que su suegra. Es la Reina emérita, la madre del Rey. Es una institución en sí misma y como tal merece tanto respeto como la propia Reina Letizia; por eso sobraban los abucheos que se produjeron este jueves a su salida de la sede de la organización medica colegial.

El vídeo ha sido analizado por expertos en lenguaje corporal, se han leído los labios de los protagonistas y, por supuesto, se ha prestado a infinidad de comentarios propios de los realitys de televisión. Se han tratado de buscar explicaciones pero si es una máxima que una imagen vale más que mil palabras, la imagen no deja lugar a dudas: actitud impropia e inesperada de la Reina Letizia. Nada más elocuente del momento que el rostro sorprendido e intuyo que triste, del Rey Felipe y la mirada del Rey emérito.

Una amiga de la Reina Letizia asegura que se siente desolada, habla de supuesto clasismo y apela a su condición de madre... Zarzuela, como es habitual, guarda silencio pero el silencio no borra la memoria y lo visto ha quedado clavado en la memoria colectiva y no para bien. Si algo no necesita España son más crisis, más sorpresas, más disgustos y este vídeo ha causado profunda sorpresa y enorme disgusto. Lo ocurrido es un episodio serio y con seriedad hay que abordarlo.

Pedro Sánchez, preguntado por el tema, dijo que en todas las familias cuecen habas, tratando, como es natural, de no meterse en charcos. Si esta misma pregunta se hiciera a otras muchas personas, no faltarían quienes dijeran aquello de "aunque haya fuego que no se vea el humo". Y de eso se trata, que no se vea el humo. Este es el primer deber de quienes representan a la máxima institución del Estado. La Reina Sofía lo entendió a la primera.

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