Opinión

El precio del poder

Salir derrotado de unas elecciones convulsiona al partido de los perdedores. Cuando esto ocurre, la amargura, la sensación de fracaso se cuela en los gestos, en las palabras. Tiene que ser muy duro haber trabajado lo más y mejor que se sabe y encontrarse con que ese esfuerzo se convierte en pura melancolía.

Ganar es otra cosa. La euforia se desata, los abrazos se multiplican, se dan saltos de alegría y el líder se convierte casi en un dios para el que toda veneración es poca. Si la derrota es dura y hace falta mucha inteligencia emocional y política para gestionarla, el poder no es un atributo gratuito. Muy al contrario. El poder tiene un precio, incluso cuando se llega a él con mayoría absoluta. Ni qué decir, cuando ese triunfo es escueto.

En esto Sánchez postcampaña -el anterior era otro- actuó con rapidez. Tuvo reflejos de manera que con el apresurado abrazo a Pablo Iglesias, logró que apenas se hablara de que ninguno de sus propósitos al ir a elecciones los alcanzara. Ni obtuvo más escaños, ni enterró a Podemos. Iglesias, también zaherido por las urnas, abrazó con fuerza a quien le vetó en aquel hipotético gobierno del que se habló antes del verano.

Fue una escena potente, medida y premeditada. Y fue en ese momento cuando comenzamos a ver el precio del poder. Este precio tiene dos vertientes: cuánto se está dispuesto a pagar y a quien se está dispuesto a pagar.

El cuánto se está dispuesto a pagar lo veremos al término de las complejas negociaciones que ha iniciado el PSOE. Es seguro que el PSOE no va aceptar el derecho de autodeterminación, pero a partir de ahí todo está abierto, incluso una modificación constitucional que resulta de todo punto imposible si la misma no cuenta con los partidos a los que Sánchez no ha querido ni mirar.

Y como no les ha querido ni mirar, es obvio que ha elegido a quien pagar el precio del poder. Y ha elegido a Podemos pero como en esta tienda no tienen todos los productos necesarios, las negociaciones se multiplican porque no solo le basta con ERC y PNV. No, necesita a los “unipersonales”. Y en ese punto está la política española, pendiente del pedido final.

No haré pronóstico alguno. Sí reitero que el Gobierno que pudiera surgir de estas negociaciones es, por supuesto, un Gobierno legítimo ideado por quien ha ganado las elecciones que es, a su vez, el que ha elegido a quien pagar el precio del poder.

Sin embargo y siendo tan legítima como arriesgada la estrategia de quien aún no es el candidato oficial porque el Rey todavía no le ha encargado la formación del Ejecutivo, lo que resulta casi una bofetada institucional es que a estas alturas no haya tenido ni un minuto de cortesía con quien es el líder de la Oposición. En su momento critiqué que Albert Rivera no acudiera a Moncloa. Las formas institucionales hay que preservarlas siempre. La cortesía no está reñida con la discrepancia y Pedro Sánchez ni ha sido cortés ni parece reconocer en el PP al principal partido de la Oposición.

Si la estrategia de Sánchez le da el resultado por él deseado nos adentraremos en una legislatura temeraria. Y el único responsable es el que ha estado y está en condiciones de elegir qué precio está dispuesto a pagar por el poder y, sobre todo, a quién. Siendo esto así y lo es de manera objetiva, Pablo Casado sabe que si la estrategia en marcha fracasa, la tormenta caerá sobre su cabeza y puede ocurrir que al final sea, para muchos, el responsable de una decisión que nunca ha sido suya. Un despropósito por mucho que algunos clamen lo contrario.

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