Opinión

Comprar, usar, tirar y volver a comprar

Ésa es la secuencia: comprar, usar, tirar y volver a comprar. Ésa es la vorágine consumista que gusta a los mercados de todo lo habido y...

Ésa es la secuencia: comprar, usar, tirar y volver a comprar. Ésa es la vorágine consumista que gusta a los mercados de todo lo habido y por haber. Hace unos años criticábamos a los japoneses por fabricar productos de usar y tirar. Hoy día eso está generalizado y, aunque nos quejamos, parece ser inevitable. Es cierto que el mercado tiene sus propias regulaciones a través de los deseos, y capacidades de adquisición, de los consumidores. Pero, ¿por qué alguien ha de verse obligado a cambiar de impresora porque al fabricante se le haya ocurrido un número de copias máximo para que ésta se pare? ¿Por qué una máquina corta-setos en perfecto estado se debe desechar porque ya no suministran recambios de las escobillas para ese modelo? ¿Por qué un magnífico móvil, que cumple más que de sobra con las necesidades del usuario, deviene inservible porque su punto débil es la batería y muere con ella?

Se trata de la famosa obsolescencia programada, que no es algo reciente, ni un término que se acabe de acuñar. En la Navidad del año 1924, se reunió en la ciudad suiza de Ginebra el cartel Phoebus, que agrupaba a los principales fabricantes mundiales de bombillas. Acordó establecer en 1.000 las horas máximas de funcionamiento de una bombilla, cuando ya se habían alcanzado las 2.500 horas por avances tecnológicos. Sin embargo, en la estación de bomberos de la ciudad californiana de Livermore (EE.UU.) hay una bombilla que lleva encendida de manera ininterrumpida desde 1901, y aún sigue funcionando.

Cuando el nylon irrumpió en las fábricas textiles, las primeras medias de ese material eran casi irrompibles. Rápidamente, los fabricantes comenzaron sus pruebas de laboratorio para debilitarlas y que volvieran a producirse las famosas carreras. ¿Quién no ha sufrido una avería en su coche que le haga acordarse del padre de quien lo diseñó? Pongo el ejemplo del cambio de luces de cortas a largas. Dos lengüetas de cobre se acaban quemando por la chispa que produce la extra-corriente de ruptura. Valen unos céntimos, pero obligan a cambiar el conjunto entero, cuando una simple aleación de cobre-berilio en el punto de contacto evitaría esa molesta y costosa avería.

Antes se fabricaba para durar. Todavía tengo operativo un frigorífico Kelvinator con más de 40 años, que funciona a 125 V y que jamás ha sufrido una avería. Pero, en estos momentos, estamos llenando de basura el Planeta con productos que podrían seguir funcionando si, por una parte, no existiera la obsolescencia programada y si no fuéramos tan caprichosos, por otra. Es cierto que los fabricantes tienen sus razones, pero el resto de la humanidad tenemos también las nuestras; más aún hoy día, pues no está la situación como para andar con dispendios en fabricados que se deberían poder reparar, y a un precio razonable.

www.casimiropastor.blogspot.com

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