Sánchez, vencedor de la OPA

La fallida OPA del BBVA sobre el Banco Sabadell ha dejado al descubierto, más allá de la pugna empresarial, una injerencia política impropia de una democracia avanzada. Durante más de año y medio, el Gobierno no ha disimulado su obsesión por torpedear la operación, moviendo todos los resortes posibles para que el banco catalán siguiera siendo "el de siempre" para no incomodar a los socios independentistas de Pedro Sánchez ni al presidente de la Generalitat. Lo que debía ser un proceso estrictamente económico se convirtió en un campo de batalla ideológico, donde la neutralidad del Ejecutivo brilló por su ausencia. Los obstáculos regulatorios, las filtraciones interesadas y, sobre todo, la insólita convocatoria de un "referéndum popular" sobre la OPA -abierto a cualquier persona, sin necesidad de ser cliente, empleado ni accionista- fueron la guinda de un esperpento democrático. En ese plebiscito, cualquiera podía votar con un nombre inventado y repetir el voto tantas veces como quisiera. Un simulacro de participación ciudadana digno de un manual de manipulación política.

La maniobra fue muy burda, aunque también transparente. Se trataba de preservar el relato catalanista del Gobierno y calmar a los socios de investidura a costa de la credibilidad del sistema financiero. El Ejecutivo no defendió el interés general, sino su propia aritmética parlamentaria. El paralelismo con el escándalo de 2005, cuando la OPA de Gas Natural sobre Endesa se cocinaba en el despacho de Miguel Sebastián en Moncloa, resulta inevitable. Dos décadas después, la historia se repite con los mismos ingredientes: intervención política, favoritismos regionales y desprecio por las reglas del libre mercado.

No sorprende que los fondos de inversión internacionales hayan puesto el grito en el cielo ni que Bruselas haya decidido seguir con el procedimiento de infracción abierto contra España por vulnerar la legislación europea. Europa observa con preocupación cómo un Gobierno que dice ser europeísta actúa al margen de las normas comunitarias cuando le conviene. El fracaso de la OPA no es solo un revés para BBVA: es una derrota institucional para un país que vuelve a proyectar la imagen de que la política pesa más que la ley. España, una vez más, ha convertido la economía en escenario de sus batallas partidistas. Y eso, en el corazón de la Unión Europea, tiene un precio que aún está por pagarse.