¿'Quo vadis', Bruselas?

Bruselas, definitivamente, ha perdido el rumbo. Es la única razón que se me ocurre antes las decisiones tomadas en los últimos años y que han afectado gravemente a sectores clave de la economía europea, como el automóvil o el campo, pilares tradicionales de la competitividad continental.

A ello se suma una preocupante falta de control sobre los tiempos y el destino de los miles de millones procedentes de los fondos europeos, cuyo objetivo era impulsar la recuperación tras la pandemia. La Comisión Europea, que se había erigido en guardiana de la disciplina fiscal y de la transparencia en el uso de estos recursos, ahora baja la guardia.

Ha relajado la exigencia sobre el envío de los planes presupuestarios de los distintos países, una obligación que marcaba el rumbo económico común. Esta indulgencia, lejos de ser inocua, tiene consecuencias políticas directas: da oxígeno a gobiernos como el de Pedro Sánchez, que lleva dos años sin presentar sus presupuestos a Bruselas.

Mientras tanto, persisten las sombras sobre el uso y ejecución de los fondos europeos en España. Según ha informado Carlos Segovia en "El Mundo", el Ejecutivo no ha cumplido más de 300 hitos comprometidos en las primeras fases del plan y aún faltan por aprobar veinte leyes vinculadas a las reformas exigidas por la Unión Europea.

El panorama se complica aún más si tenemos en cuenta que quedan cuatro pagos por un total de 90.000 millones de euros -entre subvenciones y préstamos-, cuyo plazo expira a finales de 2026. Esto significa que, antes de que concluya agosto del próximo año, todos los objetivos prometidos deberían estar aprobados.

El reto es mayúsculo no solo por la lentitud administrativa sino también por las dificultades parlamentarias del Gobierno. Juntos, uno de sus socios ya ha anunciado que no apoyará ninguna iniciativa que no tenga relación directa con Cataluña, lo que compromete aún más la capacidad legislativa del Ejecutivo. En este contexto, la inacción de Bruselas se traduce en incertidumbre, desconfianza y una peligrosa pérdida de credibilidad. La Europa que debía liderar la transformación verde y digital se ve atrapada en su propia parálisis. Bruselas si no recupera pronto el timón, corre el riesgo de convertirse en un espectador más de su propio declive.

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