Opinión

El Rey y su medio siglo

No lo ha tenido fácil ni lo tendrá, como no lo tuvo su padre ni su abuelo, ni prácticamente ninguno de sus antecesores en las convulsas monarquías españolas. El Rey ha cumplido medio siglo y desde su proclamación, ya en plena madurez y en circunstancias excepcionales, no ha tenido un respiro. Dicen que su abuelo, hijo y padre de un Rey, pero no Rey le advirtió, casi en el lecho de muerte, de que se cuidará de las "amistades peligrosas" pero los peligros a Felipe VI le han venido por otros lados y no han sido precisamente pequeños. "La Corona debe buscar la cercanía con los ciudadanos, saber ganarse continuamente su aprecio, su respeto y su confianza; y para ello, velar por la dignidad de la institución, preservar su prestigio y observar una conducta íntegra, honesta y transparente", dijo el día de su proclamación, cuando el caso Noós pesaba sobre la institución como una losa y é era consciente de que su mandato tenía que ser ejemplar y ejemplarizante. 

Felipe VI acertó luego en su primer discurso como Rey el día de Nochebuena y marcó una estela de lo que ha venido siendo su actuación desde entonces. Habló entre líneas pero se le entendió todo, tanto cuando se refirió a la corrupción -"debemos cortar de raíz contemplaciones la corrupción"- como cuando hizo alusión al desafío independentista. Habló de ejemplaridad y dijo que "no existen tratos de favor por ocupar una responsabilidad pública", de Cataluña "la llevamos en el corazón, nadie en España adversario de nadie"; de los retos "regenerar nuestra vida política y preservar nuestra unidad y pluralidad y también de recuperación "el paro es clave. La economía siempre al servicio de las personas". Hizo un discurso pegado a la calle, cercano a los ciudadanos y tal vez por ello, por primera vez desde hacía mucho tiempo, las palabras del Monarca, tan criticadas por parte de la oposición, no recibieron en aquella ocasión una crítica furibunda ni de los nacionalistas ni de Podemos ni de los republicanos.

Había expectación por aquel discurso, no sólo porque en las horas previas se había sabido que la hermana del Rey se sentaría en el banquillo, si no por su indudable valor histórico, y la verdad es que no defraudó. Entonces se dijo, y ahora se sigue reconociendo, se sea o no monárquico, que el Rey está haciendo un esfuerzo titánico por sacar a la institución que representa del hoyo en el que ha estado metida desde que empezaron a aflorar cacerías reales injustificadas, conductas muy reprobables o casos de corrupción que han sido portadas de periódicos todos los días.

Felipe VI hizo entonces, y luego insistió en comparecencias posteriores, un llamamiento la regeneración democrática, que es una manera fina de reclamar a los líderes políticos que se pongan "manos a la obra" y de decirles que la lucha contra la corrupción es un objetivo irrenunciable: "Los ciudadanos necesitan estar seguros de que el dinero público se administra para los fines legalmente previstos, que no existen tratos de favor por ocupar una responsabilidad pública, que desempeñar un cargo publico no sea un medio para aprovecharse o enriquecerse ".

Pero si la corrupción era y es un problema que todavía sigue coleando, lo más complicado le ha venido a Felipe VI de la mano de Cataluña, de ese bucle imposible, de ese bloqueo institucional sin precedentes, que está situando al país al borde del abismo y que no avanza a pesar de las distintas citas electorales. El Rey se ha visto obligado a recordar a los principales líderes políticos del país en varias ocasiones que la pluralidad emanada de las urnas conlleva una nueva forma de ejercer la política "basada en el diálogo, la concertación y el compromiso" y no siempre se ha entendido su intervención como un paso más y hasta cierto punto algo novedoso y excepcional dadas las limitaciones constitucionales del Jefe del Estado.

El Rey estaba y está preocupado. ¿Cómo no lo va estar el primer español? y aunque su función esté acotada y deba limitarse a asesorar, estimular, sugerir o aconsejar, está obligado también a señalar a los políticos la inquietud que todos los ciudadanos estamos viviendo. No están siendo tiempos fáciles en el reinado de Felipe VI. Es verdad que su padre tuvo que enfrentarse a un golpe de estado, y esa fue la gran prueba de fuego que definitivamente le coronó, pero desde que el Rey Juan Carlos le pasó el testigo a su hijo éste apenas ha tenido sosiego y su camino ha estado plagado de dificultades. Primero fueron los escándalos que han surgido en torno a la familia real con alguno de sus miembros sentado en el banquillo de los acusados por corrupción, luego el independentismo y ahora el bloqueo político catalán tras el 21D y también la parálisis política del país, sin presupuestos ni perspectivas de que pueda haber un entendimiento.

Justo es conocer que el Rey cumple su medio siglo con un alto sentido de su responsabilidad y de la institución que representa. Si de muestra vale un botón ahí está su discurso de Navidad de este año, nada más celebrarse las elecciones catalanas. "El camino no puede llevar de nuevo al enfrentamiento o a la exclusión, que -como sabemos ya- solo generan discordia, incertidumbre, desánimo y empobrecimiento moral, cívico y -por supuesto- económico de toda una sociedad. Un camino que, en cambio, sí debe conducir a que la convivencia en el seno de la sociedad catalana -tan diversa y plural como es- recupere la serenidad, la estabilidad y el respeto mutuo; de manera que las ideas no distancien ni separen a las familias y a los amigos". De momento las cosas no van por es camino pero ojalá que el deseo real sea una realidad.

De no ser así el fracaso será colectivo y de todas las instituciones.

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