Opinión

La humareda

Los políticos buscan en la demagogia y la palabrería el que el pueblo olvide sus hechos y las consecuencias de los mismos. El presunto "nuevo" periodismo, que adopta cada vez con mayor entusiasmo los métodos de la telebasura de casquería hormonal, en dura competencia con las tropas de honderos encargados del apedreamiento en redes, es el cómplice imprescindible para conseguir que la humareda de la confusión y la mentira, ahora llamada post-verdad, se impongan. Son tantos los tentáculos y terminales que vierten ese torrente encaminado al ocultamiento y la tergiversación que más que vivir en los tiempos de la información en lo que estamos cada vez más encenagados es en la propaganda y la agitación, la desinformación, en suma. Y que estos tiempos por los que atravesamos en la que tanto derrochamos la palabra "históricos" no sean en realidad mediocres, ridículos y grotescos y que lo único en verdad reseñable de ellos, cuando el tiempo pasado permita el valorarlos, sean estos tres calificativos los que los definan y la ruina que provocaron su real herencia.

La conjunción "astral" de lo expuesto bien puede quedar sintetizada en algunos personajes que nos persiguen, por mucho que intentemos huir de ellos, nuestros sentidos en todo momentos, un tal Puigdemont, sobre el que se supone que debemos estar interesados incluso en lo que come y si lo "obra", y unos tales Zapatero y Más, que nos pretenden vender ahora como si no les hubiéramos comprado antes la moto con el resultado conocido. En un nada se les da ya a estos dos últimos el trato de beatificados y sabios redentores, cuando han sido en realidad los responsables máximos del desastre, el uno el presidente que abjuró de España y cuestionó la soberanía nacional (de peor arreglo aún que la tragedia económica y social que provocó su insensata y sonriente memez) y el otro quien inició el galope separatista y destruyó el catalanismo y a su propio partido.

Pero el "campeón" de estos días, el símbolo y medida de este tiempo, es el prófugo ex presidente de la Generalitat, personaje secundario convertido por el devenir del esperpento en bufón principal de la farsa. Nada en él, ni de sus acciones ni de sus logros resiste el mínimo análisis de la razón. Pero no es la razón, ni la realidad ni el hecho lo que ahora computa ni siquiera es objeto de análisis y pesaje. De serlo ni siquiera hubiéramos sabido de su existencia.

Ahora no nos queda más remedio que saber y hay multitudes, el tamaño lo aclararán las urnas, que lo aclaman y consideran su huida cobarde como la heroicidad suprema. Solo desde el fanatismo, equiparable al religioso, y de raíz común sin duda, puede considerarse a quien ha provocado la peor de las catástrofes el Mesías venidero. Todas las pruebas y evidencias no sirven contra la fe ciega. Ni siquiera hace mella el ridículo más atronador. El "creyente" es inmune. Ayer se retrataban abrazaditos a la bandera de Europa, repudiando a la de España, que era la que les permitía -y permite-poderlo hacer y hoy tras su desatino que esa Europa unánimemente ha considerado suicida y que la estampida de 3000 empresas ha certificado de inmediato, el causante de la ruina se descuelga diciendo que los catalanes habrán de votar si quieren estar en ella. Patético y delirante. Puigdemont y sus separatistas se quieren separar ahora también de Europa. Y los payeses que viven de las subvenciones de la PAC y con ellas pagan los tractores del Pruces los seguirán votando enfebrecidos. Y los que no son payeses. Y todas las teles y a todas horas nos seguirán repitiendo y proclamando en sesiones de mañana, tarde y noche, sus "razones".

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