Opinión

La gran estafa

Lo que sienten y piensan, cantan y gritan, reclaman o desprecian en Cataluña es algo a lo que los medios de comunicación de España llevan dedicados ocho lustros largos. O sea desde que tengo memoria democrática. Estos últimos años ya ni les cuento y estos días ya con carácter de exclusividad. ¿Y de lo que pensamos los demás? ¿De lo que piensan la totalidad de los españoles?. Pues de eso muy poco parece, de eso más bien nada y como de refilón. Pero me parece que está llegando el momento de empezar a hablar y que ello empiece a ser lo imprescindible y primordial. Que todos hablemos, que también, hay que recordar, sentimos, nos preocupamos y hasta nos llegamos a angustiar.

La primera sensación, por comenzar por uno mismo, es la de una gran tristeza, de pesar sincero por lo que está sucediendo y zozobra por lo que vaya a ocurrir, que va a ser, eso es lo único seguro por desgracia, malo o hasta peor para todos. Pero además y de inmediato lo que aflora es también la punzada dolorosa de sentirse engañado, de haber sido, a lo largo de todos estos años, sistemáticamente estafado. Desde 1.978, desde el primer balbuceo democrático lo que se nos expuso por parte del nacionalismo, y aceptamos, incluso jubilosamente, es que autogobierno, respeto y cariño a sus señas de identidad iban a ser la fórmula para entendernos más y comprendernos mejor. Y ese fue el comportamiento de la Democracia española y así se fue avanzando. ¿Hubo momento más luminoso en la historia reciente de Cataluña que aquel año 93? Y cada vez desde un lado se exigía más, se subía el listón y se alcanzaban los límites donde ya empezaba a ser norma el pendulazo hacia el extremo contrario. Que a quien se excluía eran a los derechos constitucionales, a la lengua común, a cualquier símbolo de unión. Lo que se sembraba no era el afecto sino que lo que hacía era abonar con todo el estiércol posible el odio. El escarnio sistemático al himno y la bandera son el ejemplo y mejor imagen de tal situación. El insulto a todo el pueblo español reiterado con contumaz impunidad, jamás, por cierto, contestado por la ciudadanía con ningún comportamiento similar. ¿Acaso se ha hecho tal cosa con su bandera, que por cierto los propios separatistas han abolido en la practica, o su himno particular?.

El relato secesionista de lo sucedido, los agravios, las ofensas, las opresiones, los "robos" ya no es que falten a la verdad, es que son la gran falacia, la gran mentira, la más absoluta falsedad. Pero es la que han impuesto de manera creciente y sin parar ni siquiera, sino comenzando por ahí precisamente, en el adoctrinamiento total y comenzado desde la primera edad. Los niños, criaturas de menos de cinco años incluso, siendo adoctrinados por sus maestros en el odio a todo lo "español" es lo más penoso que ha podido contemplarse estos días pero es quizás lo que nos ofrece la foto de la más cruda realidad que ahora comenzamos a percibir en toda su gravedad.

Los nacionalistas, los separatistas nos han estafado, nos han engañado y cuando hemos llegado al momento en que ya no se podía ir más allá sin descuartizar España, hacer trizas la Constitución y expropiarnos de nuestros derechos colectivos para apropiárselos ellos en exclusiva, pues no han dudado en descubrir su faz verdadera y ahí están. Y algunos ya no nos tragamos en que encima la culpa es de nosotros, los responsables del desastre somos los que hemos permanecido leales al pacto de convivencia y a las leyes votadas por todos y entre todos acordadas. Ese hueso ya solo lo va a coger, ya lo ha cogido, otro can. Los podemitas que entienden que es su propio hueso también, porque a ambos les une un objetivo: acabar con la Constitución de las Libertades. La que ellos de manera miserable, pretenden equiparar a la Dictadura, mentándola como "Régimen del 78". La que ha supuesto el mayor periodo democrático, de progreso y avance social de toda la historia reciente de nuestra Nación.

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