Opinión

Insultar a nuestros abuelos

Esta delirante izquierda que llevamos unos años sufriendo, tras abjurar de sus principios y doctrinas, está pariendo unos nuevos mandamiento progrecráticos donde entre otros engendros ha venido a sustituir aquello de "Honrarás a tu padre y a tu madre" por un "Insultarás a tus abuelos y antepasados como si no hubiera un mañana".

Porque otra cosa no es el escarnio continuo que hace a la historia común, a todos sus símbolos y efemérides y a su propio nombre, España, que a su paladar repugna y es sustituido por "Estepaís" a punto de pedir, supongo, reconocimiento en la ONU. La ignorancia, la vergüenza, el odio y el insulto de nuestro pasado, nuestros antepasados, es ante todo un insulto, simple y llanamente, a nuestros abuelos, y a los propios suyos, claro...

Hay que decir que esto es nuevo, que no estaba ni estuvo en el ADN de una izquierda que lejos de estos esperpentos tenía como elemento esencial y definitoria de sí misma a España. Desde el Himno de Riego y su apelación a los españoles como "hijos del Cid" a ese Machado en el congreso de intelectuales por la republica de 1938 o al último de sus presidentes en el exilio, el gran historiador Claudio Sánchez Albornoz, ahora escupido como "fascista" por estas tropas de tuit y pedrada, España, una idea de España constituía cuerpo esencial de la doctrina, la emoción de pertenencia y la clave de un patriotismo cultural ahora despreciado y arrastrado por el fango.

Pongamos que hablo del 12 de octubre. Cualquier nación del mundo, de haber protagonizado semejante aportación a la historia del Mundo, no habría dejado de campanearlo urbi et orbe. Porque el Descubrimiento, no hay otra manera de llamarlo, aportó y enseñó al mundo conectado entonces la existencia de nada menos que todo un enorme Continente, luego un océano y lo globalizó, lo circunnavegó como remate. España ensanchó al mundo, cambió la imagen que de él había y cambio con ello su existir y su futuro. Fue, no cabe ninguna duda, uno de los acontecimientos más trascendentales de la historia de la humanidad. Y lo protagonizaron nuestra pequeña nación y nuestros abuelos.

La estupidez de negarlo con la sandez de que existía es tan bobo como negar el descubrimiento de Darwin o el de Newton porque en efecto la gravedad ya existía y también la evolución de las especies. La clave es que, aunque no me cabe duda de que otros, los vikingos, llegaron el mundo, el conocimiento y la ciencia no tuvo conciencia de ello (por cierto el mapa de Vinlandia es una falsificación y burda como ha demostrado la Universidad de Yale) ni quedó impronta alguna de su paso, ni siquiera el uso de la rueda o la utilización del metal como arma. Ni europeos ni asiáticos ni africanos tenían la más remota idea de que existía otro continente, otras gentes y otros mares ni ellos, los americanos, la tenían tampoco de que existiéramos nosotros. O sea, Descubrimiento por partida doble.

Luego llega la ya todavía y más encendida memez. Que hubo conquista. Que qué malos. Mira que irse a conquistar por ahí. Y se ponen a juzgarla. Como si eso no se hubiera hecho jamás ni antes ni después en el globo terráqueo. Pues claro que hubo conquista. ¿Que ha hecho el homo sapiens en su expansión desde que salió de África y desde la primera civilización mesopotámica? ¿Qué habían hecho allí mismo los méxicas? No alcanzo a comprender que grado de imbecilidad merma las mentes que se ponen a juzgar la historia desde su más remoto pasado y con qué objeto. Con la historia lo único que cabe es intentar conocerla, comprenderla y situarla en su momento y su contexto.

No creo ni preciso comenzar a establecer comparaciones con otras conquistas, imperios y naciones, ni siquiera con los más recientes campeones del genocidio y el racismo. No me parece que hoy venga al caso y no hay espacio tampoco en estas líneas. Basta y sobra el señalar que aquel día y aquel año de 1492 cambió el mundo y su futuro y que nuestros antepasados, nuestros abuelos, tuvieron que ver en ello. Y que no me parece bien que nos dediquemos, se dedique tanto ignaro, a insultarlos. ¡Que son nuestros abuelos, coño! Y no creo que nosotros seamos, para nada, mejores que ellos.

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