La equivocación de Abascal
El domingo, día de nuestra Fiesta Nacional y de la Hispanidad, algunos hicieron lo que ya, en realidad, se espera de ellos: rebuznos rituales contra nuestra historia por parte de la extrema izquierda y huida a escape del Presidente del Gobierno y del coro de ministros del Palacio Real para no tener que contestar a preguntas de la prensa, ya que allí no iba a poder dejar de hacerlo como si hace de continuo en el Parlamento, donde en clara mofa, befa y escarnio a la Cámara ya ni siquiera guarda las formas y ya jamás responde nunca a lo que se le pregunta y está obligado a hacer pero que, con Armengol de árbitro, ya sabe que puede hacer lo que le dé la gana sin que le piten falta.
O sea, que saliera del Palacio Real, un visto y no visto, entraba dentro de la anormalidad normalizada en la que chapoteamos. Era, en suma, esperable. Pero no lo era y sigue sin entenderse lo que se le ocurrió a Abascal para pillar cacho y foco: ausentarse de la tribuna como representante de la tercera fuerza política de España y de más de tres millones de votantes y rematar faena no acudiendo a la recepción Real en el Palacio Oriente. Las explicaciones y la pirueta de ir a mezclarse con el "pueblo" ha convencido a muy pocos e incluso entre ellos a bastantes que simpatizan con él y su partido. Más de uno lo dijo sin tapujos en el propio acto donde una gran mayoría le reprochaba primero no estar donde un dirigente político debe estar cuando le toca y agraviar por querer señalar a Sánchez a las Fuerzas Armadas y al Jefe del Estado, el rey Felipe VI.
Hay desde luego entre sus huestes muchos que se lo jalearán y así lo proclamarán como si fuera gran hazaña por las redes. Humildemente y aunque se enfaden, que son de enfadarse mucho ante la crítica, creo que se ha equivocado. Con todo respeto y sin hacer de ello un cataclismo pienso que ha sido un paso desacertado que cuesta explicar, y eso en sí ya resta y supone un cálculo erróneo si con ello pretendía sacar rédito. Se ha pasado, me parece, un poco de frenada. Vamos, que el día 12 de octubre no era el día, el lugar tampoco y los destinatarios de la pedrada acabaron siendo otros que no se llaman Pedro.
Vox vive un momento dulce y puede que esto haya sido consecuencia de un exceso de azúcar, un subidón eufórico de esos con los que hay que tener cuidado, sobre todo cuando los pájaros no están todavía en la cazuela. Quizás darle una pensada no estaría demás, pero me da que eso no va a hacerse. Porque eso es ya una rara avis y no solo por su parte sino moneda común en todos nuestros políticos. Reconocer un error está considerado en esas parvas el peor de los pecados.