Junts ya no es lo que era

Puigdemont es un personaje venido a menos dentro de su propio partido. Un dato de la realidad, no una opinión. Realidad distinta y distante en el aislamiento belga del averiado líder de Junts. Su mina de oro, el ascendiente sobre un Pedro Sánchez necesitado de los siete escaños de los ex convergentes, se ha agotado sin la rentabilidad prevista. En esas circunstancias, la estrella del prófugo languidece bajo la alargada sombra de un ripio en la pancarta: "Sin amnistía no hay sintonía".

El prófugo ha transformado el ripio en un intolerable "incumplimiento". No es el único. Además, las competencias de inmigración y el uso del catalán en la UE, que también siguen en el aire. El pasado 13 de octubre, en Ginebra (Suiza), se los arrojó a la cara al expresidente Zapatero, el nuevo recadero de Sánchez tras el encarcelamiento de Santos Cerdán.

Es el contexto del muy publicitado augurio de la portavoz de Junts en el Congreso: "Ha llegado la hora del cambio". En traducción libre es un "hasta aquí hemos llegado" como miembros del sindicato de socorristas de Sánchez. Eso no significa, atención, que la flotabilidad del presidente del Gobierno corra ahora más o menos peligro que antes de la amenaza de Mirian Nogueras.

El Gobierno se defiende alegando que no incumple, lo que pasa es que no puede decidir sobre lo que no está en su mano. Pero Puigdemont necesita hacer algo, dar testimonio de vida política ante los suyos, que ya están hartos de ser manejados con mando a distancia desde Waterloo mientras las termitas de Silvia Orriols (Alianza Catalana) les castigan en las encuestas por la derecha más patriótica que se despacha en Cataluña.

La necesidad de hacer algo ha parido esa amenaza de dejar caer a Sánchez. Pero eso tampoco está en la mano de Puigdemont y sus siete diputados. Una cosa es retirarle el apoyo parlamentario al Gobierno, y ya se ha visto que perder votaciones o gobernar sin PGE no rompen la legislatura. Y otra cosa muy distinta es derribar al Gobierno. Para lo segundo hace falta renuncia del propio Sánchez (impensable), exposición del presidente a una cuestión de confianza (ni se le ocurre) o presentación de una moción de censura (constructiva) por parte del PP.

Solo en este último caso estaría en la mano de Junts cargarse al Gobierno, pero eso pasa necesariamente por un acuerdo previo PP-Vox-Junts, cuya eventual victoria parlamentaria incluiría tal vez el compromiso de convocar elecciones generales inmediatamente. ¿Está rodando eso por las cabezas de los dirigentes de Junts, convocados para el lunes que viene en Perpiñán (Francia)? Apuesten conmigo a que no. Conclusión: lo de que Junts quiere un otoño caliente es hablar por hablar porque ya hace tiempo que tienen el calentador averiado. Solo hay que ver con qué tranquilidad se han tomado la amenaza en la Moncloa.

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