Opinión

Hechos y no ruido

“Hechos y no ruido” es el nuevo salmo de Unidas Podemos, ahora bajo la directora mirada de la vicepresidenta del Gobierno Yolanda Díaz. Menos redes sociales y más gestión. Más cercanía a la gente y menos teatro. Que cunda. Que deje atrás el sexenio de Iglesias Turrión (2014-2021), cuyo personalismo hizo imposible disociar su figura de lo que representaba. Basta ver cómo su fuga aparece ilustrada con la imagen del matador que se corta la coleta para despedirse de los ruedos.

Afortunadamente se ha ido el gran malversador de una idea al principio celebrada en los sectores izquierdistas, entonces desorientados, confusos y contrariados por las decisiones del Gobierno Zapatero en materia económica, que supusieron una ruptura del contrato ideológico con los votantes del PSOE. Un cabreo malversado en el discurso de un líder vanidoso, personalista y peliculero, cuyo mejor servicio a la causa ha sido su despedida. Coincide con el décimo aniversario del 15-M, el movimiento de los “indignados” que se hicieron visibles en la Puerta del Sol al grito de “no nos representan”. Entre otras cosas, gracias a la tolerancia del Gobierno de Zapatero, al que en ningún le pudo la tentación de reprimir o frenar la expresión de un malestar justo y necesario en aquellos momentos de crisis económica y manifiesta incapacidad de la clase política para reconducir los problemas de la gente de a pie.

Dicho sea en favor del “régimen del 78”, la bestia negra de Iglesias, como si su demolición fuera a ser el principio de todos los bienes sin mezcla de mal alguno, tal y como cursaba en el relato de iglesias, incluso cuando ya ocupaba la vicepresidencia de un Gobierno inequívocamente comprometido con la Monarquía parlamentaria, que era y es la punta de la pirámide del denostado y vigente orden constitucional.

La aventura fue de más a menos. Cada vez peor para el partido, en términos de aceptación electoral, aunque cada vez mejor para sus primeras figuras (Iglesias, Montero, Garzón…), que pronto encontraron la postura en la moqueta de los despachos y el coche oficial. Las legítimas, justas y ampliamente compartidas reivindicaciones fundacionales del movimiento (fraternidad con los desfavorecidos, saneamiento de la vida pública, más transparencia, más atención a los problemas reales de la gente, etc.) se fueron perdiendo en la polvareda de los fogonazos verbales, los desahogos digitales y esas teatralizaciones que se agotan en sí mismas.

La sed de cambio se concretó en el rejuvenecimiento de la clase dirigente. Una patada al tablero que arrinconó a los últimos del plan antiguo, Rajoy y Rubalcaba, y abrió el paso a una nueva generación de líderes: Casado, Iglesias, Rivera y Sánchez. De los cuatro, dos han caído (Rivera e Iglesias), pero el relevo generacional se consolidó (Inés Arrimadas y Yolanda Díaz ya han saltado a la arena). Es la mejor herencia del 15-M.

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