Cumbre de la desunión europea

Algunas reseñas informativas califican de "dramático" el desenlace de la cumbre europea que se ha llevado a cabo en una maratoniana reunión de 16 horas en Bruselas. La referencia del calificativo no es por la decisión final de evitar la rendición de Ucrania por asfixia económica (90.000 millones a disposición de Zelensky para su guerra con Rusia), sino por la endémica incapacidad de los socios para ponerse de acuerdo en algo. En este caso, en algo asociado a las razones existenciales de Europa como bloque de poder en el concierto de las naciones.

El salvavidas económico de Ucrania, con cargo a fondos presupuestarios propios de la UE (eurobonos en deuda pública, como en la pandemia), era una de las dos formas posibles de seguir asumiendo la causa del pueblo ucraniano y su vocación europeísta. La otra era la liberación de los activos rusos congelados por efecto de las sanciones impuestas a Rusia después de la invasión de Ucrania.

Esa segunda posibilidad es la que, una vez más, ha retratado la "dramática" incapacidad de la UE para concertar una remada conjunta en el tablero internacional. Esta vez, con elementos de conflicto aportados desde el exterior. Desde Estados Unidos y Rusia, básicamente.

Hablo del oso ruso. Pero también de la alargada sombra de Trump y su amenazante discurso contra la "fragilidad" de una Europa que, según él, no hace sus deberes en la defensa de la civilización. No es muy diferente al discurso que despacha en su país, o sea, la defensa del hombre blanco porque se está dejando colonizar por un volquete de delincuentes y enfermos mentales camuflados en las oleadas migratorias.

Los efectos divisivos del factor Trump, no muy distintos de los efectos divisivos del factor Putin, sobrevolaron el desarrollo de la cumbre europea. Pero con la balanza claramente inclinada hacia los intereses del uno y del otro. Los dos temidos por igual en Bruselas.

Los fondos rusos, ni tocarlos. Y, por ahora, nada de pactos con los 270 millones de consumidores de Mercosur. Tesis repicadas a la europea por la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, que ha sido la triunfadora de la reunión frente a la apuesta perdedora del primer ministro alemán, Friedrich Mertz (apadrinada por la presidenta, Von Der Layen), que ha visto frenado su intento de recuperar para Alemania el papel tractor de la UE.

Los nacional-populismos de Hungría, Chequia y Eslovaquia se desmarcan del castigo al contribuyente que supone el volquete de millones para impedir la bancarrota de Zelensky. Los socialdemócratas de Sánchez ya no pintan nada. Macron está políticamente debilitado por sus crisis internas.

Y sigue adelante el alejamiento de EE. UU., en cuya Estrategia de Seguridad aparece Europa como un futuro adversario.

Efectivamente, el horizonte de la UE se oscurece cada vez más.