Opinión

Sánchez, al borde del acierto

Ya sé que no está de moda decirlo, pero creo que, en medio de sus muchas rectificaciones, ambiciones personalistas y delirios aéreos, Pedro Sánchez está acertando en algunas cosas sustanciales. La cautela en la defenestración -veremos cuánto cuesta y cómo resulta- de Maduro, por ejemplo; me parece que son bastantes las cancillerías europeas que valoran y respetan la posición de España en estos momentos. Y eso que ni la oposición ha querido apoyar al Ejecutivo ni, casi peor, el Gobierno se ha tomado la molestia de intentar consensuar al menos este punto de la política exterior con la oposición. La nómina de aciertos 'parciales' incluye la mesura con la que desde el Gobierno central se encara la cada vez más grave crisis abierta por el secesionismo catalán, con cuantas matizaciones usted quiera. Ahora, a Sánchez le falta el salto definitivo para que quienes seguimos dudando de él pensemos que, en efecto, es un patriota. Al menos, un patriota.

Qué duda cabe de que el independentismo catalán, por muy fragmentado que esté, por muy absurdos que sean algunos de sus comportamientos, está haciendo que la ciudadanía del resto de España sufra un proceso de involución, que acabará reflejándose en las votaciones que nos vienen. Los augures anticipan ya una posible victoria en las urnas de ese bloque de la derecha que se configura con la complicidad, aunque no con la participación, de Vox. Claro, puede que el PSOE suba en intención de voto, pero no se garantiza un trasvase directo al partido de Sánchez desde el desplome anunciado de Podemos. Así que anticipar elecciones generales supondría para Sánchez un riesgo probable de regresar a la oposición, desalojado del Olimpo monclovita.

Asumir ese riesgo sería lo que le convertiría en un estadista en lugar de un oportunista, de la misma manera que practicar más asiduamente la cultura del pacto -o intentarlo al menos-- con una oposición endurecida haría de él un auténtico gobernante, y no un aprendiz de trapecista como su aún 'aliado' Pablo Iglesias.

Escribo desde Barcelona, donde he pulsado una nula voluntad independentista de apoyar los Presupuestos de Sánchez: siguen jugando al 'sí pero no', en la esperanza de que el Gobierno socialista se mantenga, sin las cuentas aprobadas, hasta junio de 2020, y después ya veríamos. Mientras, el cada vez más inminente 'juicio del siglo' hace casi imposible pensar en pactos, conciliaciones, acercamientos. Ni Torra ni, menos aún, Puigdemont merecen que el Gobierno central les saque del marasmo en el que se han metido, aunque en parte ese marasmo vayamos a pagarlo todos.

Así que es el momento. Ya sé que un 'superdomingo' con cinco urnas es mucho 'superdomingo', pero es también una oportunidad de aclarar las cosas de una vez por todas, a una escala local, autonómica y central. La regeneración de la política española, que corre el riesgo de entrar en crisis casi crónica, exige barajar y dar nuevas cartas, abrirse a la posibilidad de nuevas coaliciones -de centro-izquierda o de centro-derecha- y buscar lo mejor para la ciudadanía, no solamente para el estamento de nuestros representantes. Se puede hacer, me atrevo a decir que se debe hacer, se tendría que hacer.

Esas fuentes presuntamente bien informadas, que no sé si lo están tanto, aseguran que Sánchez de nuevo da vueltas a esa idea del 'superdomingo' 26 de mayo, aunque deba seguir asegurando que el horizonte electoral está en junio de 2020. No le den mucho crédito: al fin y al cabo, la fecha de disolución de las cámaras es una de las pocas cuestiones en las que un jefe del Gobierno está autorizado a mentir. Y a eso de, ejem, cambiar súbitamente de opinión es algo a lo que Sánchez nunca le ha hecho ascos.

Comentarios