Opinión

¿Resistirá Sánchez los borboneos?

¿O se intentará blindar con Europa, donde en un solo día ha conseguido ser importante? Porque no han pasado ni 24 horas y lo primero que ha hecho ha sido volar a París para cenar con Macron, que no se podía negar, para asustar a un Pablo Iglesias más que tocado enseñándole el muñeco de su odiado Rivera. Alguien que, por cierto, viene de fracasar en su particular intento de “sorpassar” al PP. Pero sin duda, y aunque no lo contará, Sánchez ha ido a defenderse de los independentistas catalanes, que estos sí que han avanzado el 26 de mayo. Por eso Merkel después de París, haciendo de ministro de Exteriores.

Como no recordar marzo de 2016 y lo mucho que aquella “cal viva”, tan antigua, sirvió para blanquear la maldad que hubo en una votación contra Sánchez, y “contra natura”, de consecuencias incalculables. Y que, tiene bemoles, aún justifican algunos de los hoy muy perdedores culpando a la demoscopia de los tiempos revueltos. Como si no tuvieran la obligación de desconfiar de las encuestas.

El título alternativo era parecido, pero no idéntico: ¿Se atreverá Felipe VI a borbonear a Pedro Sánchez?, pero tal duda implicaba poner en cuestión las investigaciones sobre la herencia genética. Y también despreciar uno de los lugares comunes más usados en castellano durante siglos, por mucho que la RAE, no aceptando el término, haga su aportación al oscurantismo en español.  Todo sea para no cuestionar un símbolo principal del peor autoritarismo.

Como no recordar, en este punto, a Franco restaurando la Monarquía en 1947, nombrando sucesor a Juan Carlos I en julio de 1969 y atando definitivamente España a su trayectoria asesina al conseguir que, más de 40 años después de muerto, nadie se haya atrevido a poner en cuestión la forma de Estado, como si tal cosa fuera una plaga divina.

No paro de reír desde que mi amigo FV, que me conoce y, por tanto, no lo ha podido hacer con otra intención, me ha enviado un chiste de 1.274 palabras titulado “La tercera República española y la izquierda” firmado por García Manrique, profesor de Filosofía del Derecho de la Universidad de Barcelona, que dice cosas como la siguiente:

“Los republicanos españoles estamos de enhorabuena. Después de dos intentos que se frustraron muy pronto, a la tercera parece que ha ido la vencida, y la República española está a punto de cumplir cuarenta años”.

En este punto me pregunto si el profesor es un enfermo mental. Más adelante, dice:

“Bien, pero… tenemos un rey. ¿No es esta la mejor prueba de que no somos una república? Pues no, porque no es cierto que tengamos un rey de verdad.”

Mientras me pregunto dónde viven los reyes de mentira, entiendo que García Manrique piensa que quienes queremos una República que no se llame Monarquía somos unos ignorantes, y creemos que Felipe VI es como Fernando VII o, en el mejor de los casos, como su bisabuelo, Alfonso XIII.

García Manrique, el profesor universitario, hace demagogia cuando confunde de manera consciente conceptos diferentes que comparten la misma palabra en el diccionario. Abusando, sin advertirlo, de la idea de “res pública” afirma:

“Una república, por si hay que recordarlo, no es otra cosa que una comunidad de ciudadanos”.

Pero para no dejar coja la lógica argumental, el autor termina confesando que no es sino miedo lo que le lleva a ofender a la inteligencia. Disculpe que con esta última cita no pueda ser tan breve, pero es la clave:

“Sin embargo, la política es una práctica compleja que ha de tener en cuenta factores múltiples, y bien pudiera ser que, en 1978 e incluso todavía hoy, la estabilidad o la salud de la república pase por mantener el nombre de monarquía (constitucional). Se trata, pues, de una cuestión estratégica que no cabe analizar aquí, pero que no puede empañar el hecho esencial de que España es una república, por muy coronada que se nos presente”.

He elegido este artículo, recibido al azar, porque crea la teoría necesaria, aunque simplista, para justificar la coartada mental que la izquierda española ha compartido desde la Transición. Sería un chiste si no fuera porque tal autoengaño colectivo ha envenenado de debilidad esencial la denominada España, hasta el punto de que hoy se encuentra en los prolegómenos de su descomposición.

A la vista de que, como decía al principio, el independentismo catalán ha vuelto a mejorar sus resultados electorales y, por tanto, Felipe VI ya tiene que estar otra vez que no se soporta a sí mismo, con todo lo que eso significa de peligro para vidas y haciendas de los españoles inocentes, para finalizar es imprescindible decirle cuatro cosas a Sánchez.

A ver, presidente, ¿vas a seguir compartiendo los esquemas baratos de García Manrique para no vaciar La Zarzuela, o vas a comprender de una vez que merece la pena desatar ese nudo envenenado que nos dejó el fantasma que aún vive en el Valle?

¿No te parece poco atreverte solo con el muerto?

No olvides que hubo uno, antes que tú, que también decidió salvar al rey, pero que ese mismo rey salvado no tuvo la menor compasión a la hora de intrigar contra él hasta conseguir que dimitiera. También con peligro para vidas de terceros en un 23 de febrero.

Se llamaba Adolfo Suarez, y ya sabes que quien acabó con él es el padre de quien intentará, puedes estar seguro, acabar contigo.

Porque nunca podrás ni intentar lo de Catalunya si antes no nos libras de él.

Tú mismo, Pedro, pero no será fácil que tengas una ocasión mejor que esta.

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