Los recuerdos de Metro de Madrid de una extaquillera conquense de 100 años

A sus cien años mantiene una salud muy aceptable (sólo tiene sordera, cataratas y dificultades para caminar) y la misma coquetería que cuando era joven

Los recuerdos de Metro de Madrid de una extaquillera conquense de 100 años - EFE
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Empezó a trabajar en Metro de Madrid con 27 años y ahora, con cien, Maruja Zamora sigue recordando el tiempo que pasó primero como revisora y luego como taquillera en el suburbano madrileño, una empresa "con mucho compañerismo" donde han trabajado tres generaciones de su familia y que en 2019 celebra su centenario.

"Estaba muy contenta porque tuve muy buenas compañeras", cuenta Maruja.

A sus cien años mantiene una salud muy aceptable (sólo tiene sordera, cataratas y dificultades para caminar) y la misma coquetería que cuando era joven.

"Mis pendientes, se me ha olvidado ponerme pendientes", le dice a Alfredo, su sobrino, poco antes de empezar la entrevista con Efe en la residencia de San Sebastián de los Reyes donde vive en la actualidad.

En la charla le acompaña también su sobrina nieta Mónica, último miembro de la familia en incorporarse a Metro de Madrid, donde han llegado a trabajar tres generaciones, la primera de ellas la de Maruja y sus dos hermanas menores, ya fallecidas.

Las tres fueron taquilleras en una época donde la situación en el suburbano madrileño era muy diferente a la actual.

"Ahora hay otros cargos, ya no existen revisoras ni taquilleras, todo se hace a base de máquinas y antes se trabajaba mucho con la cabeza", dice Maruja, sorprendida todavía por la evolución de una empresa donde estuvo desde 1945, con 27 años, hasta su jubilación en 1980 con 62 años.

Un amigo de su padre le recomendó que probara suerte en Metro y Maruja, que en ese momento estaba haciendo un curso de corte y confección, decidió presentarse a los exámenes para entrar como revisora.

Empezó a trabajar en la estación de Sevilla con un sueldo de ocho pesetas y diez años después ascendió a taquillera cobrando algo más de nueve pesetas, un puesto "mucho mejor" a pesar de que era más intenso.

"Se trabajaba mucho, tenías que estar despachando y contando el dinero que dejabas en un cestillo", recuerda.

Maruja prefería estar una estación de "mucho trabajo" para que el tiempo pasara "más rápido", como la de Sol.

"Había una de gente que quería entrar... y todos a la vez", cuenta.

Maruja, nacida en Cuenca, estaba impresionada por los "millones de personas" que veía a diario por el suburbano, donde estuvo en estaciones como las de Retiro, Atocha, Sevilla o Argüelles.

"Lo peor era el horario, había que madrugar mucho", dice con pesar la anciana, que solía llegar a su casa "muy cansada" del "jaleo" de su trabajo.

Su buena memoria le hace recordar a la perfección los nombres y apellidos de compañeros de trabajo, el precio del billete sencillo de Metro en sus primeros años (15 céntimos) y los detalles de muchas anécdotas, algunas de ellas desagradables como un atraco en la estación de Nueva Numancia donde le quitaron parte de la recaudación.

Otras emotivas, como la de una señora mayor que le pidió entrar sin billete porque no tenía con qué pagarlo y a la que Maruja le prestó dinero de su propio bolsillo para que luego pudieran cuadrar las cuentas.

En sus primeros años, las mujeres que trabajan en Metro de Madrid, la mayoría como revisoras o taquilleras, tenían prohibido casarse. Lo que no ha cambiado son los comportamientos de los clientes, muchos de los cuales, como ahora, intentaban colarse.

"Se metían por debajo de los torniquetes para no pagar y yo decía: 'se hacen más daño en la espalda que lo que vale el billete'".

Maruja también recuerda los uniformes que llevaba como taquillera, todos "muy bonitos", especialmente el de verano, "con colores jaspeados".

La anciana se emociona al ver algunas fotos de aquella época que le han llevado sus familiares, uno de sus carnés de taquillera y la placa con su número de trabajadora, el 564.

A lo largo de la conversación son continuos los elogios a Metro, una compañía privada en sus inicios que inauguró su primera línea el 17 de octubre de 1919 entre Cuatro Caminos y Sol, hace casi cien años, los mismos que tiene ahora Maruja.

"La empresa es lo mejor de España", asegura.

Por eso, Maruja (soltera y sin hijos) está orgullosa de ver cómo continuaron trabajando allí dos de sus familiares: su sobrino Alfredo, prejubilado como jefe de depósito, y su sobrina nieta Mónica, que es delegada de seguridad de dos líneas.

"Para mí la tía es una fuente de información para muchas cosas, hay mucha historia escondida dentro de los pasillos de Metro", cuenta Mónica.

Su padre, Alfredo, cuya mujer también trabaja en Metro, explica que las sagas familiares son muy frecuentes en la empresa madrileña porque antiguamente tener un pariente daba puntos en los exámenes de acceso.

"Era una gran familia", sostiene. 

Para los dos, su tía es una memoria viva de la historia de Metro, un medio de transporte que Maruja no ha vuelto a coger desde su jubilación pero que sigue teniendo muy presente como una parte fundamental de su vida.

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