Opinión

Quo vadis, Gobierno?

La semana que concluye ha registrado nuevos episodios algo confusos en relación con la actuación del Gobierno, principalmente en lo referente a la desescalada (utilicemos este impropio término, ya incorporado a la jerga nacional) del confinamiento de la población. El Consejo de Ministros del martes, de inusitada duración, evidenció ya, según algunas versiones, diferencias en este terreno clave, que obligaron a Pedro Sánchez a rehacer la comisión correspondiente, relevando a Teresa Ribera, vicepresidenta cuarta del Ejecutivo, del liderazgo de la misma. Al tener que salir a continuación a explicar las fases de esta desescalada, el presidente del Gobierno ofreció una imagen de precipitación y de cierta confusión, fruto, sin duda, de la improvisación con la que había tenido que completarse el papel presentado por Ribera en el Consejo.

Me apresuro a reconocer que la tarea que ha de llevar a cabo el Gobierno es ímproba, inesperada y sin precedentes en todo el mundo. Por eso mismo, el desgaste que está sufriendo es mucho mayor del que correspondería a un equipo con tan solo 120 días de vida. Pero la verdad es que el actual Ejecutivo se formó apresuradamente, en función de los precarios resultados electorales obtenidos el 10 de noviembre y con el objetivo de ocupar el poder en parcelas que se querían reformar a fondo. Pero, eso sí, con dos almas impulsando esta reforma, la del PSOE y la de Unidas Podemos, con sus respectivas influencias y sus mutuas desconfianzas.

Nadie, desde luego, podría haber pensado en la irrupción de una pandemia que ha dejado exhausto el sistema sanitario modélico del que creíamos gozar y que ha arrasado con usos, tradiciones, idiosincrasias y, claro, con la economía del país, que antes crecía por encima de sus vecinos europeos y ahora puede sufrir una catástrofe aún mayor que estos. Este formidable desafío exigiría colocar todas las fuerzas en posición de defenderse de los ataques que nuestra economía y, por tanto, los ciudadanos, van a sufrir en las próximas semanas, meses y quizá años. Lo que ocurre es que una de las almas del Gobierno parece orientada hacia un lado y la otra, al otro.

Y, a todo esto, la máxima responsabilidad de coordinar las acciones del Ejecutivo, que correspondería a la vicepresidenta primera, Carmen Calvo, parece hoy abandonada ante la enfermedad de la señora Calvo, que permanece confinada. La vicepresidenta tercera, Nadia Calviño, se hallaría enfrentada en cuestiones muy de fondo con el vicepresidente segundo, Pablo Iglesias (también en pugna con la ministra portavoz), y ahora se registra la mencionada pérdida de peso político de la vicepresidenta cuarta, autora, además, de un muy desafortunado desplante verbal a los empresarios con dificultades para reabrir sus negocios.

El Ministerio de Sanidad, a cuyo titular se le han dado casi plenos poderes de actuación pese a su manifiesta ignorancia del tema que lleva entre manos, está bajo todas las lupas críticas y se arriesga a un aluvión de demandas judiciales cuando todo esto acabe. La de Educación ha generado una notable controversia con su manera de llevar adelante su reforma; el de Justicia se prepara, sin apenas armas, para el peor colapso judicial en décadas y el Ministerio de Trabajo afrontará -ya verán las cifras del paro el lunes, ya...- una situación de desempleo que obligará al de Hacienda a poner en marcha soluciones de recortes que hoy todavía niega. Al tiempo, hay departamentos, como Universidades, Igualdad o Consumo que en estos momentos carecen de sentido, y más valdría que fuesen sustituidos en un nuevo organigrama del Gobierno por nuevos ministerios con otras funciones más operativas. También es de reconocer, desde luego, que hay ministros y ministras que están, a su vez, cumpliendo de forma magnífica su papel: no es casual que, por ejemplo, la titular de Defensa figure a la cabeza de la popularidad política en varias encuestas.

Ya sé que remodelar un Gobierno a los 120 días de su constitución sería algo inédito. Pero inédita es también la angustiosa situación que vivimos. No puede el presidente de ese Gobierno pretender llevar sobre sus solos hombros el mayor peso ya no solo de los trabajos actuales, sino de los mucho más sofocantes todavía que quedan por venir. Sánchez es hoy un hombre patentemente agobiado por los retos que pesan sobre su cabeza, aunque justo es admitir que procura ofrecer una imagen de entereza y solidez anímica en medio del marasmo.

La incorporación al Ejecutivo de figuras de prestigio y peso técnico, que ya adquirieron experiencia cuando la crisis de 2008, sería altamente interesante en las actuales y sobre todo, en las futuras circunstancias, ya inminentes. No son pocas las voces que dicen que seguir anclados en los viejos esquemas de actuación -y no solo en materia económica- podría llevarnos a una situación próxima al Estado fallido, con intervención inevitable de los hombres de negro, ya a finales del verano o comienzos del otoño, que es para cuando las grandes consultores internacionales piensan que las famosas curvas de infectados y fallecidos se hayan convertido en insignificantes.

Son demasiadas las voces ya que apremian a Sánchez para que dé pasos políticamente decisivos y, por ello, se comprenden mal algunas tardanzas en actuaciones clave que no deberían demorarse más allá de la semana que viene. En lugar de eso, las sesiones de control parlamentario, que muestran la temperatura política del país, han venido consistiendo en un lamentable intercambio de descalificaciones que nada constructivo ha aportado a cimentar el porvenir. Este Gobierno pide una remodelación a gritos, y que no me digan que a mitad de la carrera no se cambia el caballo, porque esta filosofía es la que hace perder todas las competiciones. Y el futuro.

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