Opinión

Lo que los lazos amarillos ocultan

Forma parte de la idiosincrasia de los catalanes el que tengan su propia lengua; eso no los hace mejores ni peores, tan solo algo distintos. Como distintos somos todos los de cualquier otra zona española. Y digo zona para no delimitar el espacio a una región, provincia o localidad, porque puede suceder en cualquiera de esos ámbitos. La otra tarde presenciaba en la plaza de la localidad en la que resido una discusión tonta entre dos hombres. Uno de ellos decía ser muy, muy de aquí, y se creía en posesión de no sé qué atributos sobre el otro, de fuera, pues hacía 57 años que había nacido en esta localidad y no admitía crítica alguna del forastero. Y pensé: he aquí el pensamiento de un nacionalista.

Volviendo a los catalanes, siempre han sido muy pragmáticos. Cuando los vascos tenían en su seno el cáncer del terrorismo, los catalanes iban a la negociación política, al diálogo. Por decirlo todo, tuvieron un conato terrorista con «Terra Lliure». El independentismo era en realidad minoritario, como lo demostraban una y otra vez las elecciones. El problema arrancó con el «Estatut». El Partido Popular lo utilizó como arma electoral, y llenó las plazas de muchos ayuntamientos de España con mesas pidiendo firmas en su contra, recursos ante el Supremo, etc. Cuando llegó Rajoy a La Moncloa, a finales de 2011, demostró su disponibilidad al no diálogo con Cataluña una vez tras otra, y así hasta el famoso 1-O. El referéndum ilegal se podría haber celebrado con la normalidad de una consulta falsa, sin más valor que la anécdota. Pero el gobierno de Rajoy cayó en la trampa y hubo palos, fotos, filmaciones y propaganda en el extranjero. Luego vino el 155, a raíz de la patochada de la DUI, la huida al extranjero de algunos de sus cabecillas… y la entrada en prisión de los que se quedaron. ¿Por qué? Porque Rajoy, incapaz una vez más de tomar las riendas políticas, les pasó a los jueces la patata caliente. Y, como el ámbito judicial va por otros derroteros que el político, estamos ante una raíz cúbica: a ver cómo se les extrae. 

El independentismo ha adoptado el color amarillo como símbolo reivindicativo para todo: que liberen a los presos, que siga el «Procés», etc. Ya se están produciendo incluso enfrentamientos entre los defensores y los detractores de esos lazos en las zonas públicas. El problema no es solo ese, sino que también lo es la parálisis legislativa, institucional, de recursos, de inversiones… Dos ejemplos: una amiga mía, de Tarragona, ha quedado en silla de ruedas a raíz de un ictus; tiene reconocida la Dependencia, pero no recibe ni un euro para la silla porque no hay dotación. Los comedores escolares están cerrados en verano y los niños de familias sin recursos no pueden hacer la comida del mediodía, porque no hay dotación. En Castilla-La Mancha, por ejemplo, hay recursos para ambos casos. Quizá sea porque aquí la ciudadanía es el centro de la acción política y allí, en Cataluña, están en otros temas. 

La situación es tal que, en la actualidad, la mitad de los catalanes le echa la culpa al «Procés», y la otra mitad cree que este los sacaría del estancamiento. Tendrían que hablar con los británicos que votaron por el «Brexit» y que ahora están arrepentidos. Los dirigentes que les convencieron de la salida dimitieron cuando esta se produjo, y ahí les dejaron el pastel. Esperemos que el reciente cambio en La Moncloa y el famoso «seny» catalán hagan retornar ese tren a la vía de la que nunca debió salir. 

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