Opinión

La soledad de los muertos

En una comparecencia pública extraordinaria de la vicepresidenta Calviño y la ministra Montero (la de Hacienda, no la otra), el Gobierno nos acaba de prevenir sobre una España que viene cargada de nubarrones. Con desplome del PIB (-9,2%) y mucho paro (19%) en el presente ejercicio de 2020.

Aun en el caso de que se sigan desacelerando los porcentajes de contagiados y fallecidos, nos enfrentamos a un horizonte inmediato de pobreza. Pero los muertos también tienen nombres, caras y familias que lloran en silencio. El silencio de la España oficial, afanada en planes de desconfinamiento "asimétrico, gradual, coordinado" e imprecisos de medidas extraordinarias de apoyo a los actores del sistema productivo.

De nuevo han vuelto a mi memoria los versos de Gustavo Adolfo Bécquer ("Dios mío, ¡qué solos se quedan los muertos¡"). Por no olvidar que, mientras se despereza el jinete del hambre, sigue galopando el de la muerte. Cerca ya de 25.000 españoles sin luto oficial, más allá de algunos actos de duelo compartido a escala local o regional. Pero ni una sola línea en el Boletín Oficial del Estado ni en los planes de desescalada.

Se echa de menos el color negro en instituciones públicas y sus representantes. Algunos nos tomamos como imperdonable falta de sensibilidad el hecho de que el presidente, Pedro Sánchez, aparezca con corbatas de colores en sus comparecencias televisadas, sin tomar ejemplo de que un habitual de la pantalla como Pedro Piqueras (Telecinco) venga apareciendo con traje oscuro y corbata negra desde que se empezó a hacer insoportable el goteo de muertes por coronavirus en nuestro país.

La insistente reclamación de Pablo Casado (PP), pidiendo que el Gobierno decretase el luto oficial por las víctimas de la epidemia, ha ido cayendo en el olvido. Incomprensible desde un punto de vista estrictamente humano. Es como si se hubiera dado por buena la justificación de Moncloa, a pesar de su inconsistencia: "Ya habrá tiempo de llorar a los muertos, ahora toca concentrar los esfuerzos en salvar a los vivos".

Eso dijo la ministra portavoz, María Jesús Montero, la última vez que un periodista le preguntó en rueda de prensa si tenía pensado el Gobierno decretar luto oficial por los muertos del coronavirus. La supuesta incompatibilidad de los dos afanes es puro sofisma, pues el acto de honrar a los muertos y empatizar con sus familias es ceremonial, pasivo y de coste cero. O sea, que no roba tiempo ni recursos a la tarea de salvar vidas.

Entienden en Moncloa que la escenificación del luto oficial sería una forma de escenificar su fracaso en la gestión de la crisis. Y eso tal vez refleja mejor que ninguna otra cosa de la talla moral de quienes nos gobiernan.

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