Opinión

La realidad y el deseo

40 días de confinamiento y 100 de gobierno. 

Recién aterrizado como quien dice.

El virus ya circulaba en nuestro país probablemente en febrero, de incógnito. Traía consigo, como equipaje, entre sus espículas en forma de corona, una crisis de proporciones inmensas. Ahora lo sabemos.

Como no están muy claras las causas de lo que ocurre, ni de las decisiones que se toman (algunas nos parecen extrañamente desacertadas) nos movemos por intuiciones respecto al origen de tanta confusión. 

La confusión sin embargo empieza muy pronto: no se sabe a ciencia cierta si un virus es un ser vivo o un muerto viviente. Esto cabe afirmarlo de todos los virus en general.

No está muy claro tampoco el origen este virus en concreto, SARS-CoV-2. En los últimos días, un premio Nobel de Medicina, Luc Montagnier, descubridor del VIH, ha defendido una opinión polémica: el origen artificial de este virus. Opinión rápidamente desacreditada por otros investigadores.

Sea como sea, la Naturaleza es inocente, el laboratorio no.

En cuanto a nuestro país, observamos y vemos que el esquema que se repite desde el principio de esta catástrofe es siempre el mismo: hay cosas que se deben hacer, y que se quieren hacer, pero que no se pueden hacer por falta de medios. Esa es la impresión.

Cuando se comprueba que no hay medios para llevar a cabo esas acciones necesarias, pasan a ser acciones supuestamente no deseables. 

Un ejemplo es el uso de mascarillas. Si no las hay, parece que no es muy recomendable su uso. Si las hubiera, su uso sería no solo recomendable sino imprescindible para el buen control de la pandemia y para evitar o frenar los contagios. 

Esto es hacer de la necesidad virtud.

Nos ocurre otro tanto con el estudio epidemiológico de la incidencia real de la infección, un conocimiento previo y necesario para saber de qué modo debe hacerse ahora el desconfinamiento por etapas.

La puesta en marcha de ese estudio requiere de personal, test diagnósticos, medios materiales y humanos. Otras cosa es que los haya, y de hecho todo parece indicar que no los hay. Por tanto el desconfinamiento lo haremos (de hecho ya lo hemos empezado a hacer) a ciegas, más impelidos por las exigencias de la patronal que por los datos técnicos. 

La realidad y el deseo.

Otras veces lo que determina la cuestión y las decisiones que se toman es el peso que en nuestra sociedad tiene cada necesidad. O dicho de otro modo, aquello que se considera prioritario. Se trata por tanto de un conflicto entre valores.

En esta crisis, los dos valores que ocupan un lugar protagonista en esa balanza inestable y delicada son la economía y la salud pública.

Podemos considerarlos valores enfrentados (y de hecho lo están en alguna medida) pero también podemos considerarlos parámetros interdependientes, relacionados de un modo complejo y también diferente según el modelo social y económico por el que se opta: ultraliberal, como el que ahora padecemos en sus consecuencias más letales, en el que la economía y sobre todo la macroeconomía es prioritaria frente a la vida, que en este modelo es por definición vida anónima, externalizable, y sujeta a compraventa, o incluso desechable. O un modelo socialdemócrata, al que muchos aspiramos, que da más importancia a la vida concreta e identificable de cada ser humano, que a los beneficios muy dudosos y desiguales de un proyecto ciego, desregulado, y que no ve más allá de sus propias narices; un proyecto que -está demostrado- no tiene en cuenta el planeta en el que habita.

Aquella expresión de los expertos del gobierno ("ni demasiado pronto ni demasiado tarde") hacia referencia a ese difícil y polémico equilibrio entre economía y salud pública.

Es evidente por otro lado la presión a la que el gobierno está sometido desde todos los frentes durante esta crisis, sobre todo por el coste en vidas humanas que puede tener cada una de las decisiones que se toman. Esa tensión lo inunda todo.

La situación que se vive es verdaderamente excepcional, y no es posible compararla con ninguna otra de nuestro pasado inmediato. Ni siquiera con la crisis producida por la estafa financiera del 2008.

Por otra parte algunos de los estamentos que ejercen la crítica necesaria de las decisiones que toma el gobierno (y subrayo que esa crítica es necesaria), deben palparse mucho la ropa antes de tirar la primera piedra. Corren el riesgo de que ese proyectil, curvando su vuelo como un boomerang, les saque un ojo, ese que ve la paja y no la viga.

La patronal ha ejercido una presión muy importante para acelerar el fin del confinamiento, sin pensar que ese proceso requiere de unos medios de control epidemiológico (salvo que nos importen muy poco las vidas humanas) que parecen no estar a nuestro alcance. Entre otras cosas porque esa patronal nunca ha sido favorable a una política de defensa de lo público, que propiciara la existencia y/o suficiencia de esos medios.

No hay más que leer algunos titulares para darse cuenta de que nuestra realidad tiene muy poco que ver con nuestro deseo:

-“España gasta en sanidad un 15% menos que la media europea y abusa de la temporalidad de médicos y enfermeros”

-“La Justicia ordena a Madrid dotar de personal sanitario a las residencias de Alcorcón”

-“La Sanidad vasca, obligada a hacer pruebas del Covid-19 de manera urgente e inmediata a todo su personal”

-“Feijóo atribuye a un error de la gerencia la rescisión de contratos a enfermeras eventuales en Santiago” (aclaremos que es ahora un “error” porque ha aparecido en la prensa, si no de qué)

-“Fondos y grandes fortunas manejan las residencias de mayores en España”

Esas promesas tantas veces anunciadas durante esta crisis y tantas veces incumplidas sobre la entrega de material de protección a los sanitarios o sobre la realización de test diagnósticos, nos devuelven una y otra vez a la misma realidad melancólica, cuando no tercermundista, muy distante de nuestros deseos y de nuestras falsas apariencias.
Reconozcamos la triste realidad que se presenta ante nuestros ojos: unos servicios públicos saqueados por los gobiernos sucesivos, y unos servidores públicos que están muriendo en gran número debido a esa penuria. 

Lo cual a su vez es reflejo del combate desesperado con medios precarios que están llevando a cabo esos servidores públicos para reducir la cifra de muertos en la población.

En ese sentido puede resultar casi obsceno que aquellos estamentos, instituciones, y elementos políticos que contribuyeron a esa penuria (desde el menosprecio y acoso a los servicios públicos presentes en su ideario), se muestren hoy como la alternativa que ha de traernos la solución repentina a esta catástrofe. 

¿Pedirán ahora perdón por aquellos recortes?

Que bien nos vendría ahora ese dinero “público” regalado a los bancos a la mayor gloria de su estafa “privada”. Un dinero de todos que ahora nos permitiría disponer de EPIs, contratar sanitarios, comprar mascarillas, o realizar test diagnósticos para un mejor control de la pandemia. 

¿Tendrán esos bancos la desvergüenza de no devolverlo en este momento de crisis en que los ciudadanos españoles están muriendo en gran número?

Se intuye que la oposición tiene las soluciones mágicas a este desastre, tan claras como las tenía Boris Johnson antes de que le pillara el virus y le llevara a la UCI. 

A partir de ese evento clínico al dirigente inglés le surgieron las dudas, incluso respecto a los emigrantes, ya que pudo comprobar de primera mano que algunos o muchos de esos emigrantes son sanitarios que salvan vidas, verbigracia la suya. O la pierden intentando salvar la vida ajena.

Esto demuestra una vez más que el populismo de extrema derecha se marchita y queda exangüe al contacto con la realidad. De ahí que teman la ciencia como los vampiros la luz.

La insensatez de esta extrema derecha populista, tan notable en nuestro país, donde Abascal a falta de carro propio se sube al de Trump y Boris Johnson, nos deja muy poca esperanza de que por ahí nos vaya a venir la solución mágica a esta crisis.

Y es que hay que llevarse muy mal con la ciencia y muy bien con la demagogia para afirmar que el actual confinamiento en curso responde al objetivo del gobierno de "convertir a España en una inmensa cárcel chavista", como ha dicho el líder de Vox. 

Hasta el más párvulo sabe que el confinamiento es una medida clásica y eficaz de lucha contra las pandemias, utilizada desde los tiempos remotos de la peste bubónica.

Igual de demagogo y manipulador se muestra el líder de Vox al calificar a las residencias de la tercera edad de “auténticos Gulags”, como si estos negocios tan lucrativos estuvieran dirigidos por agentes soviéticos, que fueron seres efectivamente reales antes de la caída del muro de Berlín, pero que hoy no corresponden a ninguna realidad palpable, aunque a él le vengan muy bien para desplegar su discurso demagógico.

Aunque quizás lo que quería insinuar el dirigente de Vox es que las residencias de ancianos en nuestro país están controladas por agentes “bolivarianos”, cuando lo cierto es que muchos de estos negocios están bajo el control de fondos de inversión (sus amigos del alma), muchos de ellos extranjeros.

Ninguna solución sensata o razonable cabe esperar por ese lado.

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