Opinión

La nueva normalidad

Pedro Sánchez ha anunciado las directrices generales del camino que nos hará transitar desde el confinamiento actual a la "nueva normalidad". Esta construcción es uno de los muchos inventos retóricos que los hacedores de discursos han ido acuñando en este tiempo de pandemia. Es un eufemismo de manual en el que se suman dos conceptos aparentemente positivos, lo nuevo y lo normal, para transmitirnos la paradoja de que, al menos de momento, no debemos aspirar a regresar a la normalidad perdida en el mes de marzo. Porque ni lo nuevo es siempre mejor que lo que dejamos atrás ni la normalidad es siempre normal. Solo por poner dos ejemplos, en nombre de la normalidad, Franco impuso durante cuarenta años un régimen nada normal. Y lo hizo con el objetivo de alumbrar una "nueva" España, por cierto. Más tarde, apelando a esa misma normalidad, Adolfo Suárez desmontó la dictadura de la que provenía prometiendo que elevaría a legal lo que en la calle era normal.

Tiempo tendremos para valorar con la perspectiva de los hechos esa normalidad futura. Pero situaciones críticas a las que nos hemos enfrentado en los últimos tiempos no nos permiten ser muy optimistas. La crisis económica derivada de la quiebra de Lehman Brothers y el subsiguiente terremoto en nuestro sistema financiero impuso una nueva normalidad de precariedad y austeridad que sufrieron tanto trabajadores veteranos que se enfrentaban al tramo final de su vida laboral como quienes intentaban conseguir su primer empleo. Fueron ellos los que pagaron la factura de los desmanes de otros. Y el zarpazo del terrorismo islamista en el corazón de EE.UU. provocó la imposición de férreas medidas de seguridad en los aeropuertos de todo el planeta que aún hoy permanecen y a las que hemos acabado acostumbrándonos. No sabemos cuántas de las medidas impuestas en estos tiempos de excepción se consolidarán como cotidianas en un futuro. Pero habrá que estar muy atentos para que los equilibrios entre libertad y seguridad, sanitaria en este caso, no se rompan en detrimento de la primera.

De momento, este plan gradual para el desconfinamiento marca un horizonte más nítido y esperanzador que el que nos han ofrecido las sucesivas prórrogas del estado de alarma. Superar cada una de sus fases dependerá de un condicional que el presidente repitió en varias ocasiones: si todo va bien. Y ese reto concierne, por supuesto, a nuestras autoridades, pero dependerá también de la responsabilidad que asumamos cada uno de nosotros como ciudadanos. La salida de los más pequeños el pasado domingo nos mostró actitudes irresponsables de algunos padres a los que el paseo se les fue de las manos. Fueron minoritarias, desde luego, como minoritarias han sido las sanciones impuestas a quienes en estas semanas se han saltado el confinamiento en comparación con la actitud responsable de millones de ciudadanos que han respetado escrupulosamente el encierro. Pero el hecho de que sea una minoría la incumplidora no le resta importancia a su irresponsabilidad. Cada día, millones de conductores circulan por nuestras carreteras cumpliendo estrictamente las normas de circulación, pero basta un conductor suicida, uno solo, para provocar una tragedia. Solo cabe esperar que un puñado de irresponsables no nos haga dar pasos atrás en este duro proceso. Sería una catástrofe.

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