Opinión

Un Gobierno contra media España

"Así es el mundo, así es España y así nos vamos educando todos en el desprecio del Estado y atizando en nuestra alma el rescoldo de las revoluciones. Al que merece, desengaños; al que no, confites. Esta es la lógica española. Todo al revés, el país de los viceversas". Si don Benito Pérez Galdós no se hubiera muerto hace cien años, hoy estaría escribiendo un nuevo Episodio Nacional de la España cainita donde no hay aspiraciones de grandeza sino de división, de enfrentamiento y de exclusión.

Suya es también esta frase: "La lógica española no puede fallar. El pillo delante del honrado; el ignorante encima del entendido; el funcionario probo, debajo, siempre debajo". ¿Estuvo don Benito en las gradas del Congreso durante la investidura de Pedro Sánchez o es que seguimos teniendo que pensar que cuarenta años de democracia y de educación en libertad nos han enseñado muy poco?

El espectáculo de la investidura fue bochornoso. El principal problema no es lo que se escuchó a la oposición porque lo suyo es eso, oponerse. El problema es lo que dijo el candidato y presidente en funciones, Pedro Sánchez y sus estruendosos silencios. También lo que dijeron sus socios de gobierno, los que van a estar en el Palacio de La Moncloa y van a escribir en el BOE con él, y los que, con su abstención, ahora, y sus votos después, le tienen que mantener en el poder durante la legislatura. Cada voto para cada proyecto de ley tiene ya un precio que irá subiendo en función de sus intereses, no de los de España, no de los de todos los ciudadanos españoles.

Lo grave, que lo es, no es que el presidente haya mentido otra vez a sus votantes cuando anunció la ilegalización definitiva de cualquier referéndum, que no iba a pactar con Podemos o con el independentismo o el apoyo a las sentencias de los tribunales. Lo más grave es que el presidente calló cuando Bildu o la CUP atacaron al Rey, cuando Rufián le dijo que la única violencia que se ha ejercido en Cataluña fue la de la Policía el 1 de octubre, cuando le amenazó con que "si no hay mesa de Gobiernos, no habrá legislatura... Ya lo hemos hecho otra vez". O cuando calificó de "golpe de Estado" y "salvajada" la decisión de la Junta Electoral Central que el presidente Torra y el Parlamento catalán, otra vez en rebeldía, ya han dicho que no van a aceptar.

No dijo una palabra cuando Rufián defendió la escuela pública catalana y los medios públicos catalanes, cuando sabe perfectamente que esa es una de las raíces del "conflicto político" en Cataluña. No dijo nada cuando su socio de Gobierno, Pablo Iglesias, declaró enemigos a los medios críticos, avisó a los "togados reaccionarios" --para él, todos los que no les dan la razón-- o mandó abrazos y reconocimientos a los políticos presos por violar la ley. No dijo nada cuando Rufián le leyó los puntos del acuerdo que han firmado: negociación entre iguales y sin vetos, incluida la autodeterminación y la amnistía y que los acuerdos sean refrendados por el pueblo de Cataluña. Es decir, un referéndum en toda regla. "Si el pueblo de Cataluña vuelve a ser estafado, prepárese", le dijo Rufián, el hombre que mueve los hilos, al que va a presidir el Gobierno de España. 

Al final, Sánchez, presidente. Pero solo de la mitad de España, solo para la mitad de los ciudadanos españoles. Un presidente enormemente débil, con apoyos perversos y con el Gobierno más débil de la historia de la democracia.

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