Escándalo: el hijo biológico del otorrino de las estrellas asesinado por ETA quiere su herencia

Nacido de una relación extramatrimonial, supo la identidad de su padre tras su muerte en el 2000. Era el coronel médico que atendió a Rocío Jurado, Raphael o Isabel Pantoja

Escándalo: el hijo biológico del otorrino de las estrellas asesinado por ETA quiere su herencia - FERNANDO RUSO / EL ESPAÑOL
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Según informan Pepe Barahona y Fernando Ruso en EL ESPAÑOL, el día que los pistoleros de ETA Jon Igor Solana Matarranz y Harriet Iragi Gurrutxaga descerrajaron varios tiros a bocajarro al coronel médico Antonio Muñoz Cariñanos quedaron sin respuestas muchas preguntas para Francisco Javier Moreno Estévez, un joven de 17 años natural de Triana (Sevilla).

“Currito, ¿cómo se llama tu padrino?”, le preguntó el conductor del autobús que todos los días lo llevaba del colegio a su barrio. “Muñoz Cariñanos”, respondió Francisco. A lo que el chófer replicó: “Acaban de atentar contra él”.

Francisco todavía se emociona cuando rememora el 16 de octubre del 2000. Y han pasado casi 18 años. “Llegué a la parada y estaba esperándome mi cuñado con la moto, me dijo que subiera”, recuerda, con lágrimas en los ojos y el discurso entrecortado. “Móntate, que tenemos que ir a la calle Jesús del Gran Poder, ha habido un atentado”, le dijo. No preguntó nada más.

Nunca el tiempo se hizo tan lento en los apenas diez minutos que separan Triana del barrio de San Lorenzo. Francisco llegó aterrado, tímido, desnortado, cuando la sangre aún estaba fresca en las paredes de la clínica en la que pasaba consulta el doctor Muñoz Cariñanos, su padrino, el coronel médico del Ejército del Aire y afamado otorrinolaringólogo de artistas como Camarón de la IslaRocío JuradoMónica Naranjo, RaphaelRocío JuradoJuan Peña ‘El Lebrijano’Isabel Pantoja o Chiquetete.

Mientras que los asesinos huían por las intrincadas callejuelas del centro de Sevilla, el joven Francisco se abrazaba a Carmen, la segunda mujer de su padrino. En mitad de todo ese caos de policías y familiares estaba su madre, también Carmen, que trabajaba en la clínica. Todos lloraban. “Era una atmósfera muy triste”, recuerda.

El cuerpo ya sin vida del galeno yacía en la consulta para la que pidieron cita los etarras, dos asesinos de 23 y 24 años pertenecientes al Comando Andalucía. “No quise ver a don Antonio, sabía que la imagen me podía doler —revela el muchacho, hoy de 35 años—; y menos mal que no lo vi, porque después de saber lo que me ocultaban…”.

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