Opinión

Entre el sainete y el esperpento

Hace casi 2.500 años, Gorgias de Leontinos, un filósofo sofista, soltó tres tesis que se pueden resumir más o menos así: «nada existe. Si algo existiera, no podría ser conocido por el hombre. Si algo existente pudiese ser conocido, sería imposible expresarlo con el lenguaje a otro hombre». Más o menos eso es lo que nos sucede a algunos, a mí desde luego, en estas últimas semanas cuando tratamos de comprender qué está pasando en la política española y «expresarlo» con un lenguaje relativamente lógico a cualquier observador imparcial. Y hasta a los parciales. Incluso se podría añadir otra cuarta tesis al filósofo griego, sin reclamar derechos de autor: «Y si fuéramos capaces de expresarlo con el lenguaje, no nos comprenderían».

Dicen que la política es puro teatro y, sin duda, tiene mucho de ello. Pero si fuera teatro del bueno, comedia o drama, con buenos actores y actrices, y sin pagar -bueno, eso es un decir, porque la política la hacen ellos pero la pagamos siempre los ciudadanos- sería un disfrute. Pero tenemos malos actores que se conforman con representar un sainete, que no llega a vodevil –con entradas y salidas permanentes– pero que está convirtiéndose en un esperpento. De Arniches a Valle Inclán. De Sánchez a Iglesias. De Ribera a Monasterio y Abascal. De Madrid a Murcia, pasando por La Rioja, Navarra, el Congreso de los Diputados y lo que ustedes quieran. Y si el director -si es que lo hay- no hace nada, acabaremos en nuevas elecciones para repetir la obra con los mismos actores e idéntico guion.

Eso es importante, por la imagen que damos, interna y externa, pero, seguramente no es lo más relevante. En un curso sobre Abogacía y Justicia esta semana en la Universidad Menéndez Pelayo, se ha hablado de la perversión intencionada del lenguaje, del «derecho a la claridad» o «a la verdad» y de las leyes. Del fárrago legislativo, del marasmo que nos envuelve y que mucho piensan que es intencionado para que solo algunos puedan desenvolverse con ventaja en ese terreno. Alguien dijo allí que todo el mundo debe ser protegido de la ley por la ley. Pero, ¿quién nos protege de los que no son capaces de poner el país a funcionar porque son incapaces de llegar a acuerdos? No tengo duda de que en la política española, como decía Angeles Amador, hay grandes políticos, personas admirables que han hecho mucho por los ciudadanos. Lo que cuesta más es saber dónde se han ido. «Para que te respeten, decía la abogada y ex ministra socialista, hay que decir la verdad, cosa que últimamente no se lleva».

«El derecho a la mentira, añadía Antonio Garrigues, corresponde al mundo político de una manera natural». Y Amelia Valcarcel citaba una frase del profesor García San Miguel: «¿y tú, en qué esfera del saber siembras la confusión?». El lenguaje que se utiliza para culpabilizar al otro en esta crisis de sentido común político que padecemos, no es inocente. El lenguaje nunca es inocente. Y su mal uso está dañando la salud democrática. Haya o no nuevas elecciones en España, en Murcia o en Madrid, el daño está hecho. «La justicia, dijo en ese foro Miquel Roca, es tremendamente incómoda, pero es justicia». La política que están representando nuestros líderes políticos no es incómoda, es dañina.

Comentarios