Opinión

El viaje de ida y vuelta

Un hecho basta para definir una época: el hecho de que el PSOE fuera en nuestro país el autor de las bases legislativas para la privatización de la Sanidad. Algo impensable en otros tiempos.

Contó para ello, como era de esperar, con el apoyo fiel y colegiado del PP, en un juego del ping pong de apoyos mutuos que han practicado sistemáticamente con el único objetivo (objetivo común) de hacer del neoliberalismo el paradigma económico, político y social de nuestro país, y garantizarse como clase política unas prebendas a salvo de todo.

Ese hecho por sí solo traduce una capacidad de cinismo y desvergüenza que sorprende y causa perplejidad, pero solo hasta que se normaliza y se hace costumbre toda esa dinámica consentida de lucros rápidos (pelotazos), saqueos veloces, y demás puertas giratorias.

Que un partido sedicente "socialista", y por más señas europeo, sea el promotor de la privatización de la sanidad en un país como el nuestro, tan necesitado de política social y que arrastra tantos retrasos históricos, solo se entiende en el reino de la mentira y la trampa, es decir, en el reino de esta España posmoderna de la tercera y única vía.

Ese paradigma neoliberal que fue el motor inmóvil de todo un periodo histórico cuyas consecuencias hoy padecemos, cuando todo lo que era sólido se ha derrumbado (y siguen sin darse por aludidos), tiene un componente catecúmeno y en el socialismo "oficial" un profeta: Felipe González.

"Felipe", que según Francisco Umbral enseguida degeneró en "González", nunca ocultó su admiración por Margaret Thatcher y su dogma político. 

Bajo los efectos de esa conversión y esa nueva fe se hizo con las riendas de nuestro país en una época crucial y bastante funesta, los años ochenta, presidida por la codicia y el laissez faire, tándem desregulatorio que solo podía conducir a la corrupción generalizada y la estafa subsiguiente. Hoy pagamos en forma de crisis permanente esos saqueos.

Fue aquella una época en que los simulacros y espejismos llenaron el horizonte de burbujas, y donde el silencio cómplice ante la corrupción fue casi un deber patriótico. Fue en definitiva una época presidida por el delirio colectivo y alimentada por la falsedad y la mentira.

Los beneficiarios de aquella vorágine "patriótica" fueron muy pocos, ese 1% que según todos los estudios se enriquecieron con la estafa, y a los que incluso sufragamos generosamente con dinero público hasta vaciar las arcas del Estado.

Siendo, según ese dogma, el Estado el problema y lo público algo a suprimir, al dinero público -ahora huérfano y carente se finalidad- había que buscarle un destinatario. Que mejores destinatarios que esos promotores de la corrupción y la desvergüenza, que en tándem bipartidista se repartieron el botín.

Para recordar y volver a sentir el aliento insano de aquella época, basta con leer las páginas de "Todo lo que era sólido", de Antonio Muñoz Molina. Un ejercicio de memoria facilitado por el hecho de que las consecuencias de ese delirio aún nos acompañan.

En ese libro está el mapa pormenorizado de nuestro viaje a ninguna parte.

Y sin embargo, en este país de silencios unánimes y patrióticos, y de olvidos rápidos e irresponsables, el escarmiento no rinde frutos fáciles. Nuestro terreno es bastante estéril para esa planta. Nos cuesta recapacitar.

Hubo un amago de reflexión y enmienda que durante un tiempo pretendió movilizar el país, a partir del 15M. El mismo PSOE vivió su propia revolución interna, vista la participación activa de ese partido en el descalabro general.

Pedro Sánchez surgió de ese movimiento de reforma apoyado por la militancia, y por un tiempo pareció querer dejar atrás esa época oscura en la que el socialismo oficial le hacía el juego a la derecha y participaba en el saqueo del Estado.

Ese espejismo de reforma y renovación en el PSOE ha durado poco. 

Cuando sus actuales dirigentes confiesan abiertamente, sin que les dé vergüenza, que los vetos y las directrices políticas se los marca directamente la CEOE, es que los viejos tiempos han vuelto o que en realidad nunca se habían ido. Se trataba de otro simulacro.

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