Opinión

El ninot del Rey

Cuando los tribunales de la Inquisición no podían echar el guante a alguno de sus procesados condenados a muerte, bien por hallarse huido o ya muerto, lo quemaban en efigie. En el primer caso, el del reo ausente, se mandaba a la hoguera un muñeco que lo representaba, y en el segundo, debido a la imposibilidad humana de morir dos veces, se desenterraban sus huesos y se les daba candela. Diríase, pues, que la condición impuesta al comprador del ninot de Felipe VI, que se expone en ARCO, de quemarlo en el plazo de un año evoca, si es que no reproduce exactamente, aquella absurda y salvaje práctica inquisitorial, si bien convendría, a fin de situar el caso en sus precisos términos, detenerse en lo que le distingue de ella.

Lo primero y principal que diferencia esta posible quema en efigie de aquellas ejecutadas por la Inquisición con gran aparato y regocijo del público asistente, en la turística Plaza Mayor de Madrid sin ir más lejos, es que el muñeco del Rey que se ofrece por 200.000 euros para semejante Auto de Fe es un ninot, y un ninot está concebido y creado exclusivamente para ser quemado. Ahora bien, esta circunstancia, que invalidaría el escándalo que se ha formado y hasta la eventual punición del hecho por el artículo del Código Penal correspondiente, se ve mermada por la no especificación de que el ninot regio deba ser chamuscado en Fallas, ora en Valencia, ora en cualquier otro lugar donde se festeje de esa bella e incendiaria manera.

Otra distinción, no por secundaria de menor fundamento, radica en que mientras las efigies quemadas de la Inquisición eran burdos muñecajos, ésta de cuatro metros y medio, obra de los artistas Santiago Sierra y Eugenio Merino, está muy bien hecha, que no en balde su ejecución es obra de uno de los mejores talleres falleros valencianos, y tan realista es, pese a su gigantismo, que se la rocía a cada tanto con el perfume que usa habitualmente el Rey. Tampoco es cosa de echar en el olvido, por lo demás, que el dicho ninot nace de una voluntad provocadora, cual es consustancial a tantas y tantas obras de arte desde que el mundo es mundo.

Sea como fuere, el único pero objetivo al ninot de marras, lo único que lo estigmatiza en su parentesco con la barbarie inquisitorial, es esa condición de quemarlo sin precisar que sólo en Fallas. No sería la primera vez que en ellas arden personajes y símbolos de fuste, incluso de la familia real, pues tal es el privilegio, y el sortilegio, de esa grandiosa celebración popular de lo efímero.

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