Opinión

Crónicas de la crispación

Con este título, Crónicas de la crispación, publiqué en 1996 un libro junto con Pilar Cernuda. Era la recta final de Felipe González y lo cierto era que la tensión política se extendía desde a la Jefatura del Estado -había sectores que pedían ya la abdicación del rey Juan Carlos I por algún caso de presuntas irregularidades- hasta a los servicios secretos, acusados de espiar ilegalmente a numerosas personalidades, pasando por el Gobierno, en el que tuvo que dimitir incluso, entre otros, el vicepresidente, precisamente por estos pinchazos telefónicos no autorizados. Los medios, la judicatura, la empresa, sumidos en índices de corrupción inusitados, también formaban parte de la crispación ambiental. Todo eso está olvidado, o casi, 34 años después. En eso, en la capacidad de olvido de la sociedad española, me parece que confían Pedro Sánchez y el resto de lo que ha dado en llamarse clase política, que tanto se está equivocando en tantas cosas y durante tanto tiempo.

Porque lo cierto es que la crispación ha vuelto a enseñorearse de un país empeñado en resucitar las dos Españas a cada oportunidad que tiene, haciendo buena la célebre frase de Bismarck, según el cual los españoles somos el pueblo más fuerte del mundo; tantos años empeñados en destruirnos y aún no lo hemos logrado... Hay muchas cosas que me recuerdan a aquella recta final del felipato, que afortunadamente, concluyó sin pandemias, no como ahora. Tome usted, por ejemplo, el caso de José Manuel Franco, el delegado del Gobierno en Madrid, lapidado durante semanas en ámbitos de la derecha, que pedían su encausamiento penal casi como si fuese el introductor del virus por haber autorizado la manifestación del Día de la Mujer el pasado 8 de marzo.

Odio a los profetas, pero no puedo evitar decir que siempre repetí que lo del 8-M no tenía traducción penal y que dentro de un mes no nos acordaríamos de esa fecha, porque cosas mucho más urgentes, mucho más graves, mucho más tangibles, ocuparán acaso los afanes de los tribunales y de las tribunas mediáticas. El caso Franco ha quedado judicialmente en nada, como era de esperar aunque muchos no quisieran reconocerlo. Y ahora quedamos a la espera del nuevo chispazo, desde la derecha o desde la izquierda. A ver quién lanza la siguiente piedra crispadora hablando de golpistas, de guerracivilistas, de filoterroristas, de derrocadores, de traidores a España en Bruselas, yo qué sé. Crispación por doquier, a menos que...

A menos que se imponga de una vez un mínimo sentido común. Aliento algunas esperanzas en los encuentros que el Gobierno mantiene con el nuevo Ciudadanos, esa formación que, hoy dirigida por control remoto por Inés Arrimadas y desde la cercanía por Edmundo Bal, se empeña en actuar como 'bisagra' entre la derecha y la izquierda, algo que, increíblemente, nunca quiso hacer Albert Rivera. Ya sé que desde los extremos se ataca sin piedad a la formación naranja: ese es el destino del centro, de los equidistantes; siempre un bando les acusa de haberse vendido al otro. Pero, de momento, qué duda cabe de que aquí las más crispadoras son las muchachadas de Vox y de Podemos; bueno, eso cuando a las portavoces o portavozas parlamentarias del PSOE y del PP no se les ocurre contribuir por su cuenta a la causa de la tensión, claro.

Mi sentido del optimismo innato y no siempre justificado me hace pensar en que desde las bancadas socialistas y populares se impondrá al fin la racionalidad que demanda la situación. Una situación que dista de ser buena. Como este lunes pondrán de manifiesto los más importantes empresarios del país, reunidos en cónclave en busca de soluciones: o Pedro Sánchez y Pablo Casado se entienden y se dejan de inútiles reproches y de quimeras de asalto a los cielos, extendiendo su pelea incluso hasta la sede de la Unión Europea, o será el fin de uno de los dos. O de ambos. Y, de paso, la caída nos golpeará a todos.

Recuerde Sánchez que, en medio de esa gran crónica de la crispación del último felipismo, a los socialistas les llegó una derrota, que duró ocho años, a manos de Aznar. Y recuerde Casado que fue la crispación generada por Aznar en una fecha tan triste como el 11 de marzo de 2004 la que forjó entonces la derrota de un Mariano Rajoy a quien las encuestas daban como fácil ganador en las inmediatas elecciones, propiciando un cambio de signo político y la a mi juicio prematura victoria de Zapatero.

Conviene estudiar la Historia para no repetir lo peor de ella. Y la crispación siempre está en la base de los peores momentos de la Historia. Aunque luego, desmemoriados y poco estudiosos, lo olvidemos pronto y volvamos a lo de siempre. Ah, Bismarck, Bismarck...

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