Opinión

Concierto Examen de amor

El pasado 19 de octubre, fecha en la que la celebración de la XII Carrera Nocturna de Toledo (con sus calles cortadas, innumerables atascos, consiguiente caos circulatorio, riadas de gente y “su canesú”) convirtió el intentar llegar a tiempo al Teatro-Auditorio El Greco (para disfrutar del espectáculo Óyeme con los ojos de la compañía de María Pagés) en una hazaña que me provocó sudores, taquicardias y una sobredosis de estrés del que, gracias al cielo (en sentido literal), me libre a la salida merced a la lluvia que, dejando en muy mal lugar a la policía local, supo poner orden de inmediato y despejar la extenuada Plaza de Zocodover que por fin pudo respirar aliviada.

¿Se está perdiendo Toledo, mi Toledo, bajo la sobreexplotación turística y el ansia mercantil?

“La noche está estrellada

y titila “imponente el Alcázar” a lo lejos.

El viento de la noche gira en el cielo y canta”.

…Yo también, como Neruda, quisiera poder escribir los versos más tristes esta noche.

Con el recuerdo de ese infausto día aún fresco en mi memoria, el viernes 8, a las ocho, volví a subir al centro de la ciudad. En la fría tarde-noche de noviembre Toledo me acogió como solo ella, cuando la dejan, sabe hacerlo: su preciosa iluminación de cuento de hadas, escasos transeúntes, pasos que repiquetean en el suelo adoquinado y ese misterio que sus sinuosas y laberínticas calles encierran cuando oscurece y que, al recordar algunas de las leyendas de Bécquer, te impulsa a girar la cabeza espantado.

Ya en la plaza del Ayuntamiento, me recibió la majestuosa Catedral Primada, mi destino, donde el Cabildo y la Esclavitud de la Virgen del Sagrario organizaban un concierto dedicado a Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, con motivo del 450 aniversario del encuentro entre ambos místicos, cuya recaudación estaba destinada a la Asociación de Familias de Niños con Cáncer de Castilla-La Mancha (AFANION).

Ni colaborar con una asociación que realiza una labor encomiable, ni escuchar al barítono Luis Santana acompañado del pianista José María Verdejo. Saber que Emilio Gutiérrez Caba (uno de los mejores actores españoles de todos los tiempos) pondría voz a los textos teresianos y a los poemas de San Juan de la Cruz fue el principal motivo por el que acudí al evento.

Aunque no seas creyente, o precisamente por no serlo, eres consciente de cómo la música y la poesía, en un marco incomparable como es la Catedral de Santa María, uno de los templos góticos más hermosos del mundo, producen un colocón sensorial tan intenso que fácilmente puede volverse adictivo.

Te sientes pequeño e insignificante y la imposibilidad de interpretar la turbación que te embarga al paladear tanta belleza te vuelve vulnerable y propensa a creer que has participado de una experiencia religiosa que no tiene explicación.

Sobreponiéndose a la deficiente acústica (el eco hacia difícil entender las palabras), Emilio Gutiérrez Caba recitaba Y yo soy para mi amado de Teresa de Jesús…

“Ya toda me entregué y di,

y de tal suerte he trocado,

que mi Amado es para mí

y yo soy para mi Amado.

 

Cuando el dulce Cazador

me tiró y dejó herida,

en los brazos del amor

mi alma quedó rendida;

y cobrando nueva vida

de tal manera he trocado,

que mi Amado es para mí,

y yo soy para mi Amado”.

 

… o la Noche oscura de San Juan de la Cruz…

 

¡Oh noche que guiaste!

¡Oh noche amable más que la alborada!

¡Oh noche que juntaste

Amado con amada,

amada en el Amado transformada!

Son poemas que hablan del alma cuando alcanza la perfección, es decir la unión con Dios, sí, pero en la voz de Gutiérrez Caba (siempre contenido, siempre respetuoso con el marco, el sagrado templo y las creencias, sean o no compartidas) los versos desbordados de pasión extática y amor de “nuestros” místicos (así los llamó el Arzobispo de Toledo y Primado de España), adquirían un velado matiz de erotismo propio de ese otro amor, mucho más terrenal y extendido que a los no creyentes, y por ende impíos, no nos es tan ajeno.

¡Fue una auténtica maravilla!

No dejo de preguntarme si al “invitar” a Emilio Gutiérrez Caba, agnóstico declarado, a entonar, para finalizar, el Cantemos al Amor de los Amores, los organizadores del concierto le devolvieron ese mismo respeto del que él hizo gala durante toda su actuación.

Seguro que Emilio, tirando de profesionalidad y saber estar, para no dejar traslucir esa incomodidad, que en mi opinión existió, se repitió a sí mismo estas palabras de Santa Teresa: “Nada te turbe, nada te espante”.

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