Opinión

Colosos y siervos

Si Europa es al día de hoy, o lo ha sido siempre (desde su fundación), o vaya a serlo en el futuro como proyecto inexorable además de indiscutible, un espacio político presidido por una dinámica entre colosos y siervos, países que mandan y países que obedecen, como defiende Juan Luis Cebrián en un reciente artículo, no debe extrañarnos entonces que uno o varios, o incluso muchos de los "ciudadanos" europeos (que no siervos) estén tentados de engrosar con plena justificación humanista las filas del "euroescepticismo", sin por ello afiliarse a las filas pedestres y rupestres del nacionalismo y la xenofobia. Filas que mas bien han sido alentadas por la inconsciencia y la codicia de nuestros gerifaltes.

De hecho la xenofobia que crece en nuestro continente, irradia y se promueve desde el mismo cogollo del poder europeo, que es también el que merced a sus políticas austericidas y bastante insensatas, le ha abierto las puertas de par en par al neofascismo, algo que ya ocurrió en los años 30. 

El desbridado y falso “liberalismo” reducido a la cosa de la peseta (o del euro), al ver en la democracia algo innecesario o incluso un obstáculo, suele traer de la mano el fascismo y la dictadura.

No seríamos entonces los que rechazamos este esquema fundacional, en sentido estricto escépticos de Europa, sino escépticos (por librepensadores) de "esta Europa" (la suya y de nadie más), que tanto nos recuerda en su deriva a una suerte de dictadura pro-china o a la dinámica prepotente de la aristocracia de sangre, y no al juego abierto y limpio de la democracia. 

La estirpe sanguínea que otorga privilegios especiales en esta "Europa nostra" solo suya, habría nacido (según Cebrián) con la fundación, y entonces la única finalidad del proyecto europeo sería que Francia y Alemania, socios fundadores, mandasen sobre los demás sin contratiempos ni obstáculos, se llevasen bien entre ellos sin liarse a tortazos, como en precedentes ocasiones históricas, y no se armase la marimorena. 

Los demás, que no somos colosos, ni fundadores, ni mamporreros, sino gente pacífica y normal, solo estaríamos para obedecer y padecer sus decisiones, obviamente guiadas por sus propios y muy particulares intereses.

Por poner un ejemplo: 

independientemente de lo que digan las urnas en Grecia, Alemania ordena y Grecia obedece. Coloso y siervo, respectivamente. Cada uno en su papel según dicta el rango fundacional de este invento. Alemania ordena y manda, porque es fundadora y rica, y Grecia se somete y obedece, porque es advenediza y pobre.

No debe extrañar por tanto que tras estrujar y hacer padecer lo indecible al pueblo griego (siguiendo las directrices de los bancos alemanes) no se haya resuelto ninguno de los problemas que aquejan a ese país, y que este, presa de la desesperación y la política del "trágala", haya acabado, según el último resultado electoral, "poniendo a pastorear sus cabras a los mismos que le robaron el yogurt", como dice acertadamente otro analista escéptico.

Casualmente el resultado electoral de Grecia a favor del conservador Mitsotakis, se interpreta en clave del resurgir de una dinastía. La de de los suyos: gente de poder y dinero.

Vista así Europa, como un cotarro de mandamases, de tufo rancio y arcaizante, con derechos de sangre genealógicos, deja de ser atractiva, y no debe extrañar que cada vez surjan más escépticos y más dudas. 

Recuperar el atractivo y resolver esas dudas era el objetivo principal de este momento político en Europa, pero justamente se ha resuelto en el sentido contrario: no hay rectificación, ni refundación, sino más de lo mismo. Un más de lo mismo bastante feo y deprimente que no invita a subirse al carro, sino a abandonarlo. El Brexit no ha vacunado de insensatez a nuestros dirigentes.

Como bien señala Máriam Martínez-Bascuñán, los gerifaltes de esta Europa mandarina, no han entendido nada y desprecian de nuevo (y van unas cuantas) el "contrato social" que ellos mismos han roto.

No sabemos de momento (o al menos yo no lo sé) si Pedro Sánchez, en esta operación lampedusiana de cambiar todo para que no cambie nada, ha sido engañado como recién llegado de provincias, o servilmente ha aspirado a la condición de semisiervo.

A veces los que aspiran a esta condición de "semisiervo" -ni frío ni calor- o capataces de las órdenes de los colosos, acaban como Alexis Tsipras: buenos chicos según los poderosos del dinero, pésimos líderes, además de mentirosos, según sus propios ciudadanos. Pésimos y prescindibles. Au revoir.

Pero en definitiva, y dado el carácter eminentemente mercantil y explotador del invento, lo que subyace a las humanidades europeas actuales y sus derechos aparentes pero irreales, y sobre todo lo que ya sobrepasa con creces a toda democracia fundada de este modo, es el imperio del dinero. 

Por eso Cebrián, siguiendo la estela de su amigo Felipe González, coleccionista ubicuo de consejos de Administración, donde el dinero se mueve siempre de abajo hacia arriba según una lógica extractora, acaba su artículo haciendo una apología de la derecha económica y neoliberal bajo la fórmula novedosa aunque viejuna de la "gran coalición", que siendo válida para esta Europa aristocratizante, propone trasplantar también a nuestra España narcotizada.

Únicamente aclarar que si nos atenemos a los  hechos y no a los membretes oficiales, la "socialdemocracia" que el menciona como parte integrante de esa “gran coalición” con los conservadores y "liberales" (más algún neofascista que se arrime), no es tal socialdemocracia sino derecha neoliberal disfrazada y pensamiento único. Más de lo mismo.

Es decir, la gran coalición, desde la perspectiva e intereses de los "colosos" del dinero, no es más que el culmen de la posverdad y su logro más estilizado de cara a la mentira útil.

Y es que al final va a ser verdad lo que dice John Gray y nos recuerda alarmada Máriam Martínez-Bascuñán: que la socialdemocracia no tiene encaje en este proyecto europeo.

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