Opinión

Buscando el rumbo

El PSOE de Pedro Sánchez, que anda un poco desorientado entre Escila y Caribdis, entre Susana y González, sirenas del mar engañoso, intenta como Ulises no escuchar sus cánticos y arribar entero a buen puerto con su baldada marinería, a ese mítica Ítaca socialista (o socialdemócrata a secas) que tanto tiempo hace dejaron varada en la orilla, tejiendo y destejiendo su aburrimiento y su triste espera.

Desde las altas cumbres, los ciclopes de un solo ojo y dos lenguas (si no más), le arrojan piedras traidoras en vez de rosas donosas, como barones felones agarrados como lapas a sus respectivos peñascos, y entre unos y otros se abren profundos acantilados y enfurecidas olas, que no oscurecen el desaforado griterío.

“A mitad del andar de nuestra vida / extraviado me vi por selva oscura / que la vía directa era perdida. / ¡Ay, cuánto referir es cosa dura / de esta selva lo espeso, agreste y fuerte, / de que aún conserva el pecho la pavura!”.

Y si toda duda hamletiana es digna y dramática en sí misma, y todo extraviado viajero es digno de consuelo y hospitalidad, también es cierto que se hace camino al andar y cada uno recorre su propia senda.

“Y aquí es bien que el temor dejes a un lado / y toda flaqueza yazca muerta. / Al lugar que te dije hemos llegado / do en pena está la multitud sombría / en quien la luz del bien hase apagado”.

Triste error sería (y quizás irreversible) confundir el mástil que sujeto a Ulises, para resistir las vanas consejas de las sirenas, con la veleta que gira según los vientos y el favor de los poderosos, pero el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, y eso es el abrazo del oso de C’s.

Cíclopes que esperan ansiosos el naufragio, para pasarle la factura del crédito que otros consumieron, chivo que expiará todos los pecados de sus mayores. Pero tras esa puerta…

“¡Oh los que entráis!, abandonad  toda esperanza”.

Hay quien opina –y está en su derecho- que el caso De Guindos (que no sabemos si es el caso Rajoy, como no sabemos si el caso Bárcenas -y ya han llovido corruptos- es el caso PP), es cuestión que no importa ni inquieta a los buenos españoles, los cuales sólo están pendientes de ese techo de gasto (los corruptos no tienen techo ni suelo, solo premio) al cual tendrán que adaptar un poco más su encogida pobreza, y sobre todo les preocupa y desvela si el astro del balompié de moda, que es la niña de sus ojos, será capaz de incrustar un tatuaje más en su saturada y desaparecida piel (aquí coincido con una opinión reciente de Manuel Rivas, en la que convergemos de manera independiente y sin ser dermatólogos, sobre la extraña locura de pensar que una selva inextricable de garabatos es más hermosa que la piel que oculta).

Y quien así quiere y pretende quitar hierro al caso Soria, teme –según dice- que los árboles no nos dejen ver el bosque, y que al centrarnos y enfocar en exceso el caso De Guindos-Soria-Rajoy-PP-etc., nos perdamos cuestiones más importantes, significativas, y sintomáticas.

Ocurre que nunca un árbol suelto fue tan sintomático del bosque enfermo, porque lejos de ser la excepción, es la regla que repite, incluso en el sentido digestivo del término. Y así, al ocuparnos y preocuparnos del árbol suelto llamado De Guindos (uno más de una larga e inacabable serie), nos estamos ocupando y preocupando por el bosque y su lamentable enfermedad.

No parece que estemos aquí ante la manzana que estropea el cesto, sino ante el cesto que estropea todas las manzanas, y cuya podredumbre aspira al gobierno (y contagio) de todo un país.

Quitar hierro a los asuntos es virtud sana, siempre que no acabemos anémicos, y que de tanto quitarlo acabemos blandos y aburridos como el plomo, o lo que es peor, flácidos y moldeables como la plastilina.

Sí que le quitaría hierro al asunto de los tatuajes (¿reversibles?), porque allá cada cual.

Pero es que hay asuntos y asuntos. Y una cosa es el ámbito privado y otra el ámbito público.

Que la moda en la piel privada sea el tatuaje, ni me va ni me viene. Pero que la moda en la cosa pública sea la corrupción, por ahí no paso.

Comentarios