Opinión

Book Club

¿Argumento? “A cuatro grandes amigas se les ha trastocado su perspectiva de la vida tras leer 50 sombras de Grey en su club de lectura mensual”, resume FilmAffinity. “El libro hace que la pasión, hace ya mucho dormida, renazca y altere sus hasta ahora monótonas vidas”, apostilla otra Web especializada.

¿Y yo que digo? ¡Mátame camión!

Esta película dirigida por un tal Bill Holderman, de cuyo nombre no quiero acordarme, nunca debería haberse estrenado. Cuando pienso en ella son tantos los calificativos que se me ocurren (patética, cursi, tópica) que se me bloquea la zona del cerebro que controla el habla y la lengua se me seca de tanto como quisiera decir y no puedo.

Al todopoderoso Hollywood, muy concienciado con la ola de feminismo actual (o más bien acojonado por las denuncias que están acabando con la carrera de alguno de sus intocables, asiduos practicantes del acoso sexual encubierto), para congraciarse con el público femenino no se le ha ocurrido otra cosa que inventarse un nuevo género al que han denominado “chick flick”, cuya traducción viene a ser algo así como “cine para chicas”  o, dependiendo de la edad, “señoras”.

En 2012, con 76 años y más arrugas que un Shar Pei, Robert Redford dirigió y protagonizó Pacto de silencio, película en la que en vez de interpretar a un yayo, como correspondía a su edad, interpreta a Jim Grant, padre soltero de una hija de unos 10 u 11 años, no lo recuerdo bien, y abogado, que cuando se descubre su pasado como activista radical, prófugo de la justicia, se ve obligado a trotar por todo el país buscando a la única persona que puede ayudarle a demostrar su inocencia. ¡Dios, me pase las dos horas sufriendo por si se le salía la cadera!

En 2008, Clint Eastwood, dirigió y protagonizo Gran Torino, en la que da vida a un veterano de guerra que, pese a sus 78 años largos, todavía es capaz de dar una lección moral, pero sobre todo física, a unos pandilleros chungos.

¿Alguna vez han oído ustedes referirse a esas películas como “cine de señores”? Nooo, claro. Es cine de y para machotes.

Una mujer de negocios rica e independiente, que disfruta del sexo sin compromiso, Jane Fonda (¡si Roger Vadim levantara la cabeza!), pero es una completa infeliz porque sigue enamorada de su primer novio (un Don Johnson  en cuyo rostro el  botox ha hecho estragos) que, como buen príncipe azul, repentinamente aparece para proporcionarle el “y comieron perdices”. Una viuda, Diane Keaton, que pese a sentirse joven, sana y tener una vida plena, cede a las presiones de sus hijas y accede a vivir en el sótano de una de ellas porque temen que se caiga estando sola y se rompa la crisma (su problema se soluciona con la aparición de un apuesto piloto que le da la fuerza necesaria para plantar cara a sus retoñas). Una jueza, Candice Bergen, de cuyo trabajo no se dice nada pero si de su impericia para navegar por las páginas de citas por Internet. Y por último, una mujer casada, Mary Steenburgen, cuyo marido sufre una disfunción eréctil desde que se jubiló, que no encuentra la manera de decirle que necesita sexo, salvo, claro está, cuando se encuentran en un lugar público y a gritos.

Pero lo mejor de todo es que  si consideramos que tienen unos 67 o 68 años en la película, eso quiere decir que en El verano del amor (1967), cuando nació la contracultura hippie (amor libre y liberación femenina), que supuso una autentica revolución sexual, tenían 16 o 17 años, por lo que resulta aún más ridículo pensar que estas cuatro mujeres, empresarias, profesionales liberales y amas de casa, que se reúnen semanalmente en su club de lectura, puedan descubrir el sexo por un libro como 50 sombras de Grey. ¿Dónde quedan Historia de O de Pauline Réage (del que el libro de E. L. James es una mala copia), Miedo a volar de Erica Jong o El Amante de Marguerite Duras?

Una absoluta majadería protagonizada por cuatro actrices que, a lo largo de su carrera cinematográfica, han demostrado con creces su talento interpretativo y que ahora, como se suele decir a la vejez viruelas (y conste que no intento ser despectiva), acceden a participar en un subproducto como éste empujadas, no me cabe duda, por las escasas oportunidades de trabajo que las mujeres tienen en la meca del cine cuando traspasan un umbral de edad que anda en torno a los cuarenta años.

Lo dicho, una película ridícula de principio a fin.

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