Aguado, el héroe tranquilo: 25 años jugándose la vida con bombas para que no les estallen a otros

El comandante es uno de los rostros del Centro Internacional de Desminado, en Madrid, un referente mundial para la labor de desactivar bombas. EL ESPAÑOL asiste a unos ejercicios de neutralización de explosivos con fuego real

Aguado, el héroe tranquilo: 25 años jugándose la vida con bombas para que no les estallen a otros - EL ESPAÑOL
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Un reportaje de Diego Rodríguez Veiga publicado en EL ESPAÑOL

-¡Permiso para hacer fuego, mi capitán!

-Concedido

-Fuego… fuego… ¡fuego!

Silencio. Debería, pero no suena nada. Hay risas de esas que son puro nervio, de las que buscan un compañero cómplice con la mirada. Si no explota, toca la parte fea. Tocaría salir del refugio, abandonar la seguridad del grosor de esas paredes e ir al sitio del que todos huyen. Tocaría acercarse, ver en la distancia si hay humo y, si no, ir a poner las manos sobre una mina anti carro que por algún motivo no ha explotado y que ha multiplicado su peligro de repente. 

Por supuesto, el que se tendría que acercar es el que ha puesto mal la carga que intentaba neutralizar la mina. Aunque se trata de un ejercicio, por unos segundos ha tenido una parte demasiado real. Cuando la explosión controlada no explota, todo se complica. Pero… boooom… un final feliz de pólvora retumba. Al final no pasó nada, aunque no sería la primera vez que sí que pasa algo

Que el fallo momentáneo no distraiga, seguimos en la élite. EL ESPAÑOL ha visitado el Centro Internacional de Desminado (CID) que el Ejército tiene en Hoyo de Manzanares (Madrid) en un curso de desminado que se está impartiendo a miembros de distintos ejércitos de la Organización de Estados Americanos. Pocos saben que en la pequeña localidad de Madrid se esconde una academia que es adalid en la materia para la OTAN, desde que se creó en 2002, y por la que han pasado para formarse militares de medio mundo. 

A poca distancia del campo de prácticas se encuentra el comandante José Luis Aguado, una eminencia en ir a esos sitios de los que el resto huye. “Él está aquí desde antes que esto existiera”, bromea un oficial. Aguado pasea por el interior del CID y explica con entusiasmo los distintos tipos de minas que tienen expuestos. Están desde las claymore de los videojuegos hasta unas de la Unión Soviética, de madera y apariencia casi artesanal. “Perdona si me enrollo, es que me gusta mucho”, dice. “Ésta no se qué hace aquí, la habrán puesto los de la limpieza”, ríe, porque por categoría debería ir en otro estante. Para un ojo inexperto casi todas son iguales. 

Pero pronto la cosa se vuelve solemne. Junto a su despacho cuelgan unos retratos. Todos son hombres, algunos jóvenes, otros no tanto. Una bandera da seriedad y hay una vitrina con ropa y objetos rotos. Los retratos son de los desactivadores de minas caídos en servicio y en la vitrina están algunas de las cosas que llevaban encima en el momento de su muerte. Llama la atención una boina azul, de las de la ONU, llena, entera, de agujeros. 

Cuatro días con una bomba de la Guerra Civil

“Los que elegimos esta especialidad es porque es un reto”, reconoce Aguado. “Es algo peligroso, pero cuando hay peligros la gente quiere hacerlos y obtiene una satisfacción por ello”, añade. “A mí me movió esa satisfacción profesional pero también la sensación de hacer un bien para la sociedad. Es algo peligroso, pero el que lo hace no es que esté mal de la cabeza, es que alguien tiene que hacerlo”, dice. 

“Es gente que sabe lo que hace y sabe el riesgo y lo asume, porque hay que hacerlo”, comenta mirando al café que se acaba de echar. “Para ello, la mejor seguridad es la formación, porque mejor afrontas el peligro. Si no, te entra el pánico y mejor que no toques”, añade. Y comenta que hay gente que no vale para ello, que algunos de sus compañeros se han cansado de vivir constantemente con esa tensión de si el cable rojo o el azul.

Aguado tiene 60 años y lleva los últimos 40 en el Ejército. Comenzó como sargento e hizo un curso de Operaciones Especiales, los llamados Boinas Verdes. Después, pasó a ser escolta de generales en los años duros de ETA y acabó cambiándolo por la Brigada Paracaidista, como teniente. Ahí acabó en Bosnia, donde fue teniente de zapadores y tuvo su primera experiencia con minas. Fue el 19 de junio de 1993, no se le olvida. 

“Estábamos haciendo un rescate de cuatro muertos que se habían caído en un vehículo al río”, recuerda. “Pero en el camino aparecieron dos minas de fragmentación, del tipo PMR2A, y me dieron a mí la orden porque los soldados no eran profesionales todavía, eran voluntarios”, cuenta. “Se consideró que yo era el que más sabía. Y es que habíamos tenido una formación muy buena en la brigada paracaidista, éramos los mejores de toda España”, dice. Por suerte, todo salió bien, por eso ahora lo puede contar. 

Después de Bosnia, Aguado volvió a casa y en octubre de 1988 entró al equipo de desactivación de explosivos de la I Región Militar. Fue como voluntario, era lo que le gustaba. Ahí se dedicó sobre todo a desactivar explosivos que habían quedado de la Guerra Civil. “La actividad era frenética, en un día llegamos a quitar hasta tres explosivos”, recuerda.

Con su experiencia, Aguado ha visto de todo, partes del cuerpo cercenadas, compañeros caídos... pero la misión que más le marcó fue la que tuvo que llevar a cabo en el Alcázar de Toledo, donde pasó cuatro días al lado de una bomba de la Guerra Civil. El Alcázar fue duramente asediado durante la contienda y reconstruido dejando explosivos en su interior. “Ese trabajo fue muy complicado, fueron cuatro días en un agujero picando para sacar un proyectil que estaba a metro y medio de profundidad”, cuenta.

La tensión era máxima. La propia vibración de la gente que trabajaba alrededor podría haber hecho que explotara. Cuanto más antiguo, más impredecible. Además, uno puede tocar un artefacto explosivo cinco veces y que no pase nada y que a la sexta sí, sin avisar, viviendo en el filo. “Nos preguntaron los bomberos que qué hacían si explotaba. Nada, que se tomaran un café, porque cuando entraran no iba a quedar gran cosa del que estaba trabajando ahí”, dice sobre él. “Ahí sí que no tenías ninguna posibilidad de supervivencia”, añade. Quizás por eso en las fotografías sale sin traje protector, no habría servido de nada.

Pero el tiempo ya ha pasado y Aguado ya no está en ese frente que deja la guerra cuando se va. Ahora se dedica a formar y como asesor técnico en operaciones reales. No hay que confundir, de todas formas, no ha abandonado la primera línea y ha trabajado en múltiples ocasiones en Afganistán, Irak y en varios países de Iberoamérica. “Soy un comandante raro. Tengo 60 años pero siento que puedo aportar algo, que todavía puedo enseñar algo”, se sincera.

El CID como baluarte contra las minas

Antes de terminar la entrevista, Aguado cuenta otra anécdota de Bosnia. Recuerda que estaban patrullando y desde el exterior de una casa se podía ver que la mesa de dentro estaba llena de dinero. A un soldado de su equipo se le ocurrió que podrían llevarse parte de esos billetes como recuerdo, ya que no valían demasiado. Podría haber sido el último error que cometería el soldado. 

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