La venganza de la 'abuela coraje' contra la mafia que sepultó en hormigón a su hija y nieta

Los crímenes sucedieron en septiembre en Dos Hermanas. Unos sicarios las hicieron desaparecer junto con el yerno de la denunciante

La venganza de la 'abuela coraje' contra la mafia que sepultó en hormigón a su hija y nieta - FERNANDO RUSO / EL ESPAÑOL
photo_camera La venganza de la 'abuela coraje' contra la mafia que sepultó en hormigón a su hija y nieta - FERNANDO RUSO / EL ESPAÑOL

Un reportaje de Pepe Barahona y Fernando Ruso publicado en EL ESPAÑOL

“Cuenta todo lo que te digo, hasta los detalles, que se sepa la crueldad con la que actuaron estos asesinos con mis niñas”.

Josefa se le repiten las mismas imágenes en su cabeza. “Son una película que yo me he montado de cómo mataron a mi Sandra y mi Lucía; una película muy real, por los testimonios de los que participaron y por los resultados de la autopsia”, anticipa.

En su relato, varias personas raptan a su nieta Lucíade seis años; a su hija Sandra Capitán Capitán, de 26; y al novio de ésta, un turco de 55 años llamado Mehmet. Los tres salen por la fuerza de su piso. Tiempo después, son introducidos a golpes en una casa baja de la peligrosa barriada de Cerro Blanco, en Dos Hermanas (Sevilla), uno de los puntos de venta de heroína más activos de España. Primero meten a Mehmet, un hombre corpulento con el que se ensañan hasta que se desploma en el suelo. Arrastrándolas de los pelos conducen a Lucía y a Sandra al interior de la vivienda. A la madre la maniatan. Después de golpearlas, disparan un tiro en la cabeza de la menor y la arrojan todavía con vida a una fosa que habían cavado días antes en el suelo del cuarto de baño. Allí también arrojan a Sandra, después de descerrajarle cinco balazos; por último cae Mehmet.

La película de Josefa podría acabar ahí, pero no. En su mente también ve cómo tiempo después, los asesinos de su hija y su nieta vierten kilos y kilos de hormigón sobre ellas para hacerlas desaparecer; los días y días de búsqueda, las habladurías. Y ni siquiera ahí para. “Porque esto no es un sueño del que una se despierta, esto es una pesadilla —sentencia Josefa—; una pesadilla real”.

EL ESPAÑOL entrevista a Josefa, la madre de Sandra y Lucía, protagonistas forzadas de uno de los crímenes más crueles de la historia reciente de Sevilla. Josefa recibe a los periodistas junto a sus hijas, Susana y Vanesa, en un piso del que no se puede revelar su ubicación por precaución ante posibles represalias. Algunos de los investigados —antes conocidos como imputados— están en libertad a la espera de juicio.

En el nuevo piso al que llegaron después de los hechos ha reconstruido el dormitorio de Lucía, su gordita, tal y como ella lo dejó. Con la ropa colgando del armario y las camas con todos los peluches. Solo en esa parte de la casa se rompe de dolor Josefa, una mujer fuerte, que clava la mirada al hablar y que no escatima en detalles sobre la muerte de sus niñas. Solo a veces se desinfla al hablar, yempuja las palabras con todo el aire de sus pulmones.

Josefa, Susana y Vanesa reviven los fatídicos días en los que a las tres les cambió la vida. Y así usaron Facebook para conseguir información relevante para el esclarecimiento de los crímenes.

CAPÍTULO UNO: LA DESAPARICIÓN

Domingo 17 de septiembre de 2017. Josefa recibe la llamada del padre de su nieta Lucía, Joaquín. Él y Sandra se separaron años antes, pero ambos mantienen una relación cordial. Lleva desde el día anterior queriendo contactar con ellas para interesarse por el estado de la pequeña, que el viernes se había roto la muñeca derecha. Alarmado por la ausencia, ‘el Joaqui’ —como lo conocen— acude al piso donde residía Sandra con Lucía y su actual pareja, Mehmet, un turco de 55 años que se ganó pronto el aprecio de la familia.

Al llegar, Joaquín vio los dos coches que la pareja poseía en la puerta del domicilio. Nadie abría la puerta. Tampoco sonaba el timbre de los teléfonos móviles en su interior. La situación era extraña. Sandra nunca se hubiese ido sin avisar. 

El domingo, al conocer estos detalles, Josefa, Joaquín y Susana —la hija mediana— fueron corriendo al piso, situado en Bellavista, una de las barriadas periféricas de Sevilla. La última vez que Sandra y su madre hablaron por teléfono con la desaparecida fue el sábado a las 11.17 horas.

Cartel que anuncia la desaparición de Sandra Capitán y Lucía Begines

Una vez en el bloque la operación se repite: suena el timbre y nadie abre; los teléfonos no dan señal. Y deciden montar guardia en la puerta mientras que Vanesa, otra de las tres hermanas, se dirige a la comisaría de la Policía Nacional a interponer una denuncia por desaparición.

La Policía nos trató muy mal, se creían que mi hermana se había llevado a mi sobrina para quitársela a su padre; y Joaquín estaba conmigo diciéndoles que no, que eso no podía ser”, recuerda Vanesa.

A Josefa y a su hija Susana se les hizo de noche esperando a las puertas del piso de Bellavista. “Cuando empecé a chillarle por la ventana y vi que nadie contestaba entonces fue cuando sentí el miedo”, explica la hermana. “Algo pasa —pensó—, pero nunca imaginé que fuese esto”.

A las doce de la noche, Josefa llamó a su hermano para que forzase la cerradura. “Pensaba que me las iba a encontrar atadas, tenía miedo; llegué a desconfiar de Mehmet; aunque dentro de mí estaba convencida de que él sería incapaz de hacerle algo a mi hija; pero llegué a dudar”, recrea la madre. “Me temblaba todo el cuerpo —apostilla—, y le dije a Susana que entrara ella, que yo no era capaz”.

José, el tío que había abierto la puerta, se quedó en la cocina; Susana entró hasta el fondo. La casa estaba normal, demasiado recogida, la cama sin hacer y con el pijama sobre las sábanas. Faltaba ropa de Mehmet, el salón estaba muy ordenado y la comida a medio hacer. Unas patatas en la freidora a medio hacerse. “Ahí dije que a mi hija me la habían secuestrado, empecé a pegar voces… a mi hija me la han secuestrado”, recuerda Josefa.

CAPÍTULO DOS: LA BÚSQUEDA

La extraña situación en la que encontraron el piso las hizo regresar a la comisaría. Allí les recomendaron que regresaran el lunes. “Nosotros ya hablábamos de secuestro”, recuerda Susana.

—¿Cómo fue esa noche?

—[Susana]. Ahí empezaron las pesadillas.

“No pudimos quedarnos quietas, queríamos hacer algo, pero no sabíamos el qué —sigue Josefa—; así que empezamos a poner mensajes en Facebook”. “Y fue tremendo cómo se compartió todo ese lunes; eso puso nerviosos a los asesinos, los sacó de su seguridad”, confirma la madre de Sandra. “Gracias a la que liamos, supimos el lugar en el que estaba”, añade Susana. “La gente del Cerro Blanco nos hablaba por mensajes privados en Facebook”.

A la semana de la desaparición, Josefa recibe una llamada de teléfono. Una voz masculina, hoy testigo protegido en el caso, le narra que ha visto entrar a su hija en una casa del Cerro Blanco. No especificaba si vivas o muertas. “Solo decía que él no era culpable, que el asesino era un tal ‘Tapita’ y que no era una broma; yo le pregunté por la casa y me dijo que buscase una de ‘El Pollino’ y colgó”, recuerda.

El testigo protegido accede a la información por su relación con David Hurtado Pino, El Tapita, al que los investigadores atribuyen el papel de ser uno de los dos presuntos sicarios junto con José Antonio Mora Bataller. “Unos asesinos”, dice Susana.

De forma paralela a las pesquisas policiales, las redes sociales seguían facilitándoles pistas a la familia de Sandra y Lucía. En la búsqueda se incorporaron dos turcos que llegaron a Sevilla en busca de Mehmet. Uno era su yerno y un amigo de este.

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