La tele no quiere que a Becky G "le quepan en la boca": la censura se ceba con la mujer

La tele no quiere que a Becky G "le quepan en la boca": la censura se ceba con la mujer
photo_camera La tele no quiere que a Becky G "le quepan en la boca": la censura se ceba con la mujer

Según informa Manuel de Lorenzo en EL ESPAÑOL, entre otras cosas, el arte siempre ha sido provocación. Lo escribía en este periódico Peio H. Riaño hace un par de semanas: el arte es la imagen invertida que desvela la hipocresía de la corrección; el arte altera, agrede y trastorna; el arte desquicia la normalidad. Y ello, en numerosas ocasiones, sucede tanto si esa era la intención del autor como si no.

En 1541, cuando Miguel Ángel terminó de pintar El juicio final en el ábside de la Capilla Sixtina, algunos obispos de la Iglesia católica lo consideraron inmoral. La representación explícita de los genitales de algunas figuras y la postura de algunas parejas provocaron el escándalo de la curia vaticana y parte de la sociedad civil. Veronese habló de actitudes que la religión no podía inspirar. Pietro Aretino argumentó que la pintura era “más propia de unos baños públicos que de la más grande capilla de la cristiandad”. Hasta El Greco, años más tarde, pediría que se limpiase la pared y se dispusiese para un tema más apropiado. Finalmente, a la muerte de Miguel Ángel, el papa Pío V terminó ordenando a Daniele da Volterra que cubriese las partes pudendas del mural. Demasiada provocación para un fresco, fuese intencionada o no.

El arte de la provocación —y la provocación del arte— siempre ha estado ligada al sexo. Desde sus manifestaciones más explícitas y activas hasta su versión más ingenua o platónica. No es sencillo determinar, por ejemplo, si la intención de Manet con su Almuerzo sobre la hierba era buscar la provocación, más allá del propio desafío académico, estilístico, estético, pero su picnic entre dos hombres vestidos y una mujer desnuda generó la gran controversia del momento cuando la obra fue expuesta en el célebre Salon des Refusés en 1863.

Fue Salvador Dalí quien dijo que el que quiera interesar a los demás tiene que provocarlos. Una máxima que el artista de Figueres supo llevar hasta sus últimas consecuencias incluso en la dimensión sexual de la provocación, como se aprecia en esa parte de su obra que algunos han dado en llamar “pinturas eróticas” —Guillermo Tell y Gradiva, Homenaje a Millet(Estudio para La estación de Perpiñán), El chulo, El grifo, etcétera—. Que se lo digan al “peligroso revolucionario” Gustave Coubert —"si dejo de escandalizar, dejo de existir"—, al “pornográfico” Gustav Klimt o a su discípulo Egon Schiele.

De 'Instinto básico' a 'La vida de Adéle'

Pero no sólo de la pintura viven la provocación y el sexo en el arte. Hubo un tiempo en el que el mundo del cine al completo contuvo la respiración cuando la asesina Catherine Tramell cruzó lentamente las piernas durante la escena del interrogatorio en Instinto básico. En la actualidad, Sharon Stone acusa a Paul Verhoeven de haberla engañado en cuanto al plano y el director se defiende alegando que "cualquier actriz sabe lo que se va a ver si le pides que se quite la ropa interior y apuntas ahí con la cámara". Si Coubert asistiese hoy en día a esta polémica probablemente se volvería a morir de un ataque de risa.

Las actrices Adèle Exarchopoulos y Léa Seydoux confesaron durante una entrevista a The Daily Beast que, antes de comenzar el rodaje de La vida de Adèle, no sabían que las escenas de sexo serían tan largas y, sobre todo, tan explícitas. Creían que se trataría de una grabación coreografiada, como es lo habitual; que la acción se cortaría y se reanudaría, "desexualizando el acto". Lo que quería en realidad Abdellatif Kechiche cuando les pidió que tuviesen "confianza ciega en él" es que mantuviesen una auténtica relación sexual delante de las cámaras. Libre e intensa. Para la escena de sexo de diez minutos de duración estuvieron diez días rodando, desnudas en una cama, adoptando todo tipo de posturas sexuales. Y luego que si a Sharon Stone se le veía o no se le veía el instinto.

Que el cine siempre ha tenido mucho de provocación sexual lo descubre uno cuando ve por primera vez la escena en la que Bom —Alaska— orina sobre Luci —Eva Silva— y, una vez ha terminado, se sienta a su lado y le pregunta: "¿Tú de dónde eres?". A lo que Luci contesta: "Yo de Murcia". Pero éste es también el caso de la literatura. Sirvan como ejemplo los muchos y precisos pasajes que uno se puede encontrar en La vida sexual de Catherine M., "el libro más explícito sobre sexo que jamás haya escrito una mujer", en palabras del escritor Edmund White. O las peripecias sexuales de Mony Vibescu, el protagonista de Las once mil vergas de Apollinaire.

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