Según informan Pepe Barahona y Fernando Ruso en EL ESPAÑOL, "recuerdo perfectamente mi primer día en la Legión”, apunta Deborah. Tenía 18 años. “Leí Legionarios a luchar, legionarios a morir y le dije a mi padre que diese la vuelta, que ya había visto todo lo que tenía que ver, que me sacara de allí”. Hoy, 17 años después, es sargento en el Cuarto Tercio y pertenece a la Plana Mayor de Mando en Ronda. “Menos mal que no me fui —confiesa—, no sé qué sería mi vida sin la Legión”.
La sargento Ajenjo se crio entre uniformes. Su abuelo, su padre, sus hermanas… toda su familia es guardia civil. “Yo me desvié”, bromea. Cuenta su madre que de niña ya decía que quería ser legionaria, que le fascinaba el paso rápido de los desfiles, la música de la Escuadra de Gastadores. Jamás pensó en su niñez que su sueño podía cumplirse, pero erró.
Es martes y Deborah viste —“con orgullo”— el uniforme de sarga y el chapiri, el gorrillo que identifica a los legionarios. Como cada día su despertador sonó a las siete de la mañana. Dos horas después ya ha dejado a su niña —vive sola con ella, está separada— en la guardería, ha picado en su trabajo y ha completado su entrenamiento diario, carrera y un poco de gimnasio. Cuando EL ESPAÑOL interrumpe en su despacho, está resolviendo cuestiones de intendencia. Sobre el escritorio tiene una muñeca legionaria de goma.
“La gente todavía se sorprende cuando ve a una mujer en la Legión”, cuenta la sargento Ajenjo. “Nos miran con orgullo —sigue—; y muchas mujeres se me acercan y me cuentan que si en su tiempo hubiesen podido, se habrían hecho legionarias”.
—¿Le gustaría que su hija fuese legionaria?
—No. [Contesta con rotundidad]. Y yo no tengo malas experiencias, pero he visto a mi madre sufrir conmigo. En las misiones, en las guardias… Aunque si ella decide hacerse legionaria, lo aceptaré.
Sigue leyendo este reportaje completo en EL ESPAÑOL